Un psicópata
- pedrocasusol
- 9 mar
- 8 Min. de lectura
Escribe: Rodrigo Leguía
A través de su ventana vio las calles sucias y maltrechas, el bus en el que viajaba temblaba cada vez que pasaba sobre un bache de la pista. Estaba sentado cerca a la puerta de subida, para ser exacto en uno de los asientos que no pertenecen a los reservados, fue así como iba percatándose de cada una de las personas que subían. El bus no tenía cobrador, por lo que el chofer tenía que hacer las 2 funciones a la vez, cobrar la tarifa acordada hasta el destino de cada uno, darles sus boletos y dar vuelto, eso le daba el tiempo suficiente para ver y analizar a cada pasajero. Vio subir varones, mujeres, ancianos y niños, los asientos reservados fueron ocupados rápidamente en los siguientes paraderos, cuando subió una mujer embarazada al bus y al estar todos los asientos reservados ya ocupados, una mujer con el pelo corto, regordeta y con un vestido floreado, que iba sujetada del pasamano, pidió un asiento para la mujer embarazada. Nadie se levantó a brindárselo, así que se enojó y alzó la voz, habló de la pérdida de valores por parte de los jóvenes y que por la culpa de estos el país se iba hundiendo cada vez más en la corrupción. Él decidió no hacer caso y sólo atinó a ponerse sus audífonos, poner buena música y hacerse el dormido. La mujer al ver esta acción por parte de él, sacó una de sus manos del pasamano y le tocó el hombro. Odiaba que lo tocaran y sobre todo esa mano sucia sobre su camisa blanca, decidió ignorarla y seguir en lo suyo, hasta que volvió a sentir esa misma mano que ya lo zarandeaba. Decidió no hacer caso a la ofensa y prosiguió con lo suyo, pensó que la mujer no avanzaría más y que ya se calmaría con eso. Un par de viejas se unieron a la mujer del vestido floreado, por lo que ya no era una sola persona que lo sermoneaba, sino que eran más. Respiró lento y profundo para calmar su ira, con ayuda psicológica habría logrado mantener autocontrol sobre sus más bajos instintos. Ya más calmado, decidió subir el volumen a la música que iba escuchando y siguió ignorando por completo esas voces molestas del exterior. En su mundo, sólo él y su música. Volvió a sentir nuevamente esa mano, pero ya no en su hombro, sino que esa vez esos dedos gordos y sucios cogían sus audífonos y se los retiraban con fuerza de sus orejas, volvió de golpe al mundo exterior, los sonidos y esas voces horribles llenas de protesta y cólera, no sólo de aquella mujer gorda, sino voces en coro de todo el bus en el que se encontraba. La bestia despertó de un solo tirón, tenía sed de venganza y sobre todo quería sangre, abrió lentamente los ojos y giró la cabeza. Rápidamente su mirada asesina se clavó sobre los ojos de la mujer gorda. La mujer gorda retrocedió asustada, y la gente a su alrededor también, recogió sus audífonos, cogió su mochila y se levantó del asiento. Caminó hacia la parte posterior del bus y se quedó parado y agarrado al pasamano, se recolocó los audífonos, pero la bestia estaba atenta a cada una de sus presas. La mujer gorda del vestido floreado y las demás viejas ayudaron a trasladar a la mujer embarazada al asiento. Él tenía que bajar un par de paraderos después. Revisó su celular y vio que tenía unas cuantas horas de libertad, una gran sonrisa se instaló en su rostro al saberlo, prometió divertirse mucho, tenía los juguetes necesarios en su mochila, el cazador estaba muy excitado. En la mente de él, la imagen de la mujer gorda de vestido floreado y las ofensas que le había ocasionado eran frescas, pero la imagen que más le gustaba era esa en donde la gorda primero tenía la cara de sorpresa, luego de horror y finalmente emanaba un último suspiro. El cazador calmaría su sed de sangre y se sentiría muy tranquilo. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un grito de mujer, giró la cabeza en dirección al grito y vio a una joven de casi 20 años que dijo:
-¡Qué tienes, enfermo! Qué me haces tocando si ni siquiera te conozco.
La chica empujó a un tipo de unos 30 años de edad. Varios pasajeros le reclamaron, a lo que el tipo se fue a parar muy cerca del chico de los audífonos. El cazador miró al acosador y vio en sus ojos los ojos de otro cazador, pero este no era un asesino como él, era la mirada de un cazador de mujeres. El cazador sintió cólera y repugnancia del tipo, ya que, para él, esos cazadores eran los peores porque sólo se aprovechaban de las poblaciones más vulnerables. Esa última reflexión lo dejó muy sorprendido de sí mismo, ya que el quería jugar con la gorda del vestido floreado, su subconsciente le decía que lo suyo era justificado por las ofensas que le había hecho, mas, por otro lado, su conciencia le decía que ella era mujer y pertenecía a ese grupo de poblaciones vulnerables. Las voces dentro de su cabeza prosiguieron con su discusión largo rato, hasta que decidió acallarlas un poco sólo tomando atención a la música. Era menester claridad mental y autocontrol, por lo que comenzó nuevamente a tomar aire lento y profundo, sus músculos y su cuerpo se fueron tranquilizando progresivamente. Después de haber transcurrido algunos minutos, tomó la decisión de no hacer nada, bajar en su paradero, ir a casa, hacer ejercicios, distraerse leyendo, pintando o simplemente viendo alguna serie o escuchando música. Su subconsciente gritó: ¡Nooo, nosotros queremos jugar! No, hoy descansaremos, tal vez en una próxima ocasión y dejemos determinado que no jugaremos con poblaciones vulnerables nunca, sólo lo haremos si es una ofensa imperdonable. Su consciencia lo felicitaba por tan razonable conclusión, pero su subconsciente le decía que se estaba volviendo débil y muy permisivo, él se reía y le decía tranquilo, que más pronto que nunca el juego estaba cerca, muy sigilosamente llevó su mirada al cazador de mujeres. Su subconsciente dijo: ¡Sí, es un buen amigo para jugar! Además, le haríamos un bien a la sociedad. Su consciencia no halló discusión en esto último, por lo que su objetivo automáticamente cambió.
El autobús paró en su paradero, vio que en su rato de reflexión se distrajo mucho, no se había percatado que la mujer gorda y otros pasajeros ya habían bajado, por lo que el carro cada vez se quedaba más vacío. Tomó asiento detrás de la puerta de bajada. Ya sentado vio que el cazador de mujeres hacía lo mismo que él, pero que este andaba muy atento a la chica que manoseó. Ella estaba sentada en la parte de adelante del bus y muy de rato en rato veía que el tipo seguía sentado en un asiento más atrás del suyo y que no le quitaba ojo de encima.
El rostro de ella era de terror, se veía que no sabía qué hacer, el miedo le había quitado la capacidad de reacción. El cazador lo sabía y le había tocado ver en muchas ocasiones esa reacción de sus presas. Era un lenguaje corporal que entendía a la perfección. Una mala decisión por parte de la presa era suficiente.
Unos paraderos más adelante, el bus frenó, la muchacha de polo escotado y minifalda bajó por la puerta delantera del bus. Raudamente, el cazador de mujeres se paró y bajó por la puerta trasera. Cuando presa y cazador ya no estaban dentro del vehículo, el cazador mayor decidió enseñar su jerarquía en la cima de la pirámide. Bajó al paradero y vio a ambulantes vendiendo distintos productos, gente sentada esperando el bus que los llevaría a su destino, bajo la sombra de ese paradero viejo y destartalado por la falta de interés de las autoridades. Detrás de él, el bus arrancó y prosiguió su camino. El ruido de su motor y esa sensación de proximidad se alejó a sus espaldas. Buscó al cazador de mujeres y lo halló varios metros delante, agudizó su mirada, pero no llegó a ver a la muchacha. El día llegaba a su fin y la noche lentamente se iba posicionando, su subconsciente le dijo: Síguelo y no le pierdas la pista. Así lo hizo. Lo siguió lo más rápido y sigiloso que pudo por las calles empinadas de ese cerro, las casas precarias en mal estado, el olor nauseabundo de la basura, perros callejeros comiendo de ella, y niños con la ropa sucia y de segunda mano formaban parte de ese sitio en donde la miseria y la pobreza estaban instaladas. Hubo un momento en donde perdió la pista de su presa, llegó a un punto en donde los callejones se volvían más estrechos y oscuros, vio y escuchó pasos lejanos hacia su lado derecho. Decidió seguir esa pista y pegarse más a las sombras que daban las paredes de las casas contiguas. Los pasos se detuvieron de repente, por lo que decidió quedarse totalmente inmóvil y atento a los sonidos. Escuchó más adelante algunos quejidos bajos, por lo que decidió dar un rápido vistazo hacia el callejón de donde venían. Lo que vio no lo sorprendió del todo, el cazador finalmente tenía aprisionado a su presa, la muchacha había caído y el cazador estaba encima suyo, con una mano le tapaba la boca para que no gritara y con la otra recorría el cuerpo de ella manoseándola. La lujuria y el placer que sentía por tan buena caza lo habían cegado del todo en su objetivo. El hombre de los audífonos estaba muy atento a todos sus movimientos, se alertó más cuando vio que el cazador con la mano suelta se desabrochaba la correa y sus pantalones. El momento de jugar había llegado, la cuerda de alambre estaba lista en su bolsillo, dio unos pasos rápidos y silenciosos hacia el cazador y su presa, fue así que vio la cara de la muchacha llena de lágrimas, resistiéndose con todas sus fuerzas. El cazador, al sentir su resistencia, la golpeó. El rostro de la chica cambió a terror e impotencia. Cuando la presa del cazador comprendió que todo estaba perdido y que finalmente el otro había ganado, cerró sus ojos y se encomendó a Dios por varios minutos. No comprendió por qué el cazador había frenado de un momento a otro y cómo ya no se sentía aprisionada, acaso Dios había escuchado sus súplicas y la había salvado o a lo mejor estaba muerta. Abrió sus ojos llorosos y lo que vio la desconcertó: el cazador estaba de rodillas con el rostro de color violáceo, alrededor de su cuello tenía un alambre que le atenazaba, con sus dedos intentaba retirarse el alambre, pero sólo se hacía más daño, algunas gotas de sangre y sudor iban cayendo por su pecho y ropa. El cazador intentaba luchar, pero sus esfuerzos eran en vano. Transcurridos los segundos, su cuerpo se quedó inerte. Ya en ese estado, fue a caer al costado de la muchacha. Sintió que alguien se acercaba a ella y le preguntaba si estaba bien, ella contestó que gracias a Dios sí. El hombre con lentes negros la ayudó a levantarse, ella dio las gracias y preguntó si el cazador estaba muerto, a lo que el hombre le contestó que no, sólo está desmayado. Si deseas llama a la policía y ve a tu casa. La muchacha lloró y nuevamente le dio las gracias a su salvador. El hombre de los audífonos, al ver que todo estaba bien, pasó a retirarse y no sin antes decirle: Ten mucho cuidado y ojalá nunca te fijes en tipos como este.
Ya en el bus de retorno a su casa, se sintió bien por la acción que había realizado y pensó que así también se sentirían los héroes cada vez que hacen el bien a los demás. Llegó a casa realizó las actividades pendientes y luego se fue a descansar. Al despertarse por la mañana, se preparó el café y revisó el periódico para ver las noticias. Después de una revisión meticulosa vio el titular que decía:
-Violador es castrado.
Leyó la noticia en donde decían que un violador identificado como Fredy Diaz, de 32 años de edad, había sido castrado. Fue encontrado en ese estado en el asentamiento humano Dubái por vecinos de la zona, lo auxiliaron y trasladaron al centro de salud más cercano. La policía dijo que el sujeto tenía orden de captura y había sido autor de varios delitos contra varias mujeres. La policía lo tenía vigilado y en los próximos días sería llevado a un penal para que cumpliera prisión efectiva. Por otro lado, las investigaciones de su castración se seguirían investigando, ya que no se encontró el arma y tampoco nadie vio al responsable.
Sonrío al ver que su acción tuvo un final inesperado y una voz en su cabeza le decía: Volveremos a ayudar.

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