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Tres soles

  • pedrocasusol
  • 27 feb
  • 1 Min. de lectura

Escribe: Thalía Correa


Llevo un par de años sumergido en botellas de ron, disperso, olvidando, olvidado. Me levanté del sofá cama agradeciendo que no pasara ni un rayo de luz por las persianas. Era hora de ir por mi Cartavio, pero me faltaban tres soles. Busqué por todas las superficies, debajo de la cama, en los bolsillos de mis pantalones sucios, nada.


Puedo pedirle a Marco que me abra una cuenta por ese monto. Tres soles… ¡Qué roche! Iba con las manos en los bolsillos, ensimismado, pensando en posibles soluciones, con la mirada fija en el piso como si él pudiese darme una respuesta, nunca pasó. Quería devolverme. no quería ser el chiste de nadie, menos de Marco. Estaba peleando con el adormecimiento de mis neuronas cuando te vi por primera vez.


Me brindaste la sonrisa más hermosa que vi en mi vida y yo solo pude sonrojarme. Tuve vergüenza, tenía tiempo sin verme al espejo, pero seguro que lo que viste no fue nada agradable. No era mi mejor etapa y lo sabías. Acompañaste tu hermosa sonrisa juvenil con una agitación de mano, como si me conocieras desde siempre. ¿Por qué lo hiciste? Te devolví el saludo con la mano y dije:


-Hola. 


¿Hola? ¿Con 25 años es lo mejor que puedo decir cuando una chica me habla? Caminé más rápido y mucho más torpe de lo que ya estaba. Llegué al abasto y sin saludarlo siquiera, dije:


-Necesito una afeitadora, por favor. - Marco abrió los ojos sorprendido: 


-Ya te hacía falta, ¿es todo?


-Sí, es todo.




 
 
 

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