Escribe: Pedro Casusol
Steven Spielberg estaba en problemas, los tiburones mecánicos que había mandado a construir con el magro presupuesto de “Jaws”, su segunda película para la pantalla grande, se averiaban cada vez que se sumergían en el agua. Para el director de 27 años esto equivalía a quedarse sin protagonista. ¡Por algo el título del filme hacía referencia a las fauces del escualo! Tuvo que modificarse el guion, que ya había atravesado por varias correcciones, para limitarse a sugerir la presencia del animal durante la primera hora del filme. El tiburón se convirtió en un ser abstracto, en una cámara subjetiva que acecha bajo el agua con el notable acompañamiento musical de John Williams, mientras en la superficie aparenta ser un tranquilo día de verano, y los bañistas chapotean en la orilla sin sospechar del terror que habita bajo el agua.
La solución del joven director al problema de los tiburones mecánicos resultó ser una de sus mayores contribuciones al cine de suspenso. Algo parecido había hecho antes en su primer filme, una película para televisión llamada “Duel”, en donde un camión cisterna hostiga a un hombre de negocios que viaja en automóvil por el sur de los Estados Unidos. El uso de la cámara subjetiva, que representa al camión como un ser vivo que acecha y persigue al protagonista, constituye el verdadero antecedente de lo que haría en “Jaws”. Esta experiencia le otorgó a Spielberg los recursos creativos y técnicos para prolongar la aparición de la bestia. Al inicio solo vemos su aleta dorsal surcando la superficie del agua y cuando devora a alguien apenas alcanzamos a ver su contorno difuso.
La historia del tiburón que acecha las costas de un pequeño pueblo tuvo su origen en una noticia leída en un periódico en 1964: un tiburón blanco de dos toneladas había sido capturado en Long Island. El escritor Peter Benchley se tomó una década para escribir la novela corta que serviría de base para la película. Spielberg, entonces un joven cineasta que hacía sus primeros trabajos para Hollywood, leyó el manuscrito cuando visitaba la oficina de sus productores en Universal Pictures, quienes no dudaron en desembolsar 175,000 dólares para hacerse de los derechos. El resto es historia: una chica corre por la playa y se quita la ropa para sumergirse en el mar. Una vez ahí, el ataque ocurre sin que nadie se percate. Es el comienzo “Jaws”, el primer taquillazo de verano, el “blockbuster” por antonomasia, que transformó la forma de distribuir y promocionar películas y que provocó una ola de talasofobia por todo el mundo.
Además de los tiburones mecánicos, el más grande problema de Steven Spielberg era el guion. La idea del tiburón/villano era muy buena, pero el texto no cuajaba. Y eso a pesar de que el mismo Benchley había entregado una primera adaptación del manuscrito. Los productores contrataron al dramaturgo Howard Sackler, que no aparece en los créditos, quien solucionó buena parte de los problemas narrativos. Además, el actor Carl Gottlieb recortó la trama y se concentró en la profundidad de los personajes: Martin Brody, el jefe de policía del pueblo; Sam Quint, veterano cazador de tiburones y Matt Hooper, un oceanógrafo obsesionado con las distintas variedades de escualos. Los tres personajes zarpan en un barco para cazar al animal en el clímax de la historia.
Cuando el tiburón, mecánico y en su esplendor, asedia al barco para enfrentarse a los protagonistas, la película se convierte en “Moby Dick”: es la lucha del hombre contra la naturaleza. De hecho, fue por esta escena que Spielberg se animó a grabar el filme en primera instancia. Pero había un problema con el final. Los expertos y el mismo autor, Benchley, insistieron en que ningún tiburón se tragaría una bomba de gas ni explotaría, no era verosímil. Pero Spielberg necesitaba un final apoteósico, una lluvia de vísceras y sangre. Se saldría con la suya. En julio de 1975 estrenó su primera gran película, un hito en la historia del cine, no solo por el éxito y el modelo de negocio que implantó, también por algunas secuencias, como el primer ataque del tiburón a pleno día en la playa, con las que Spielberg se convirtió en el verdadero heredero de Alfred Hitchcock.
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