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Servirle al niño

  • pedrocasusol
  • 27 ene
  • 6 Min. de lectura

Escribe: Franco Soria


Todos siempre se compadecen de los niños; los ven como criaturas inocentes, llenas de energía y fácilmente manipulables. Eso le dijo Mikaela a Lucas mientras le agarraba los hombros. Proseguía: "Pero yo nunca me compadecí de ellos. Muchos me criticaron por este pensamiento, hasta que llegué aquí. Mi falta de ‘empatía’ era perfecta para este trabajo".


Mikaela miró a los ojos del niño. Sus lágrimas caían sin cesar, y la mujer sentía más cólera al verlo así. Entonces, tomó una máscara del cuarto y se la puso al niño; ella se colocó un casco especial y abrió la válvula de gas. Un humo rojo salió de las tuberías. Mikaela observaba cómo el niño se retorcía en un desesperado intento de liberarse de la silla en la que estaba atado. Se acercó y le quitó la máscara; su rostro estaba azul, como si el oxígeno se le estuviera acabando. Luego, salió lentamente de la habitación y llamó a sus compañeros para que recogieran al niño. Regresó a su oficina, y una vez sentada, tranquila y sin arrepentimientos, una mujer golpeó la puerta con fuerza.


Era Stella, la directora del orfanato. Puso unos papeles en el escritorio mientras gritaba: "¡¿Cómo pudiste hacer esto?! ¡Lucas iba a ser adoptado en unos días!".


-A mí me dijeron que me encargara de prepararlo para la gran cirugía. 


-Convertirlos en monstruos no es una cirugía; es hacer sufrir a pobres niños que solo quieren tener una familia que los ame.


Mikaela le pidió que se retirara, y Stella salió, pisando fuerte y con lágrimas de ira en los ojos.


La fábrica donde trabajaba Mikaela era enorme, tan grande que en lo más profundo había un orfanato, una escuela, salas de juegos, cafeterías, etc. Stella era una mujer amable que amaba a los niños y trataba de protegerlos del lado oscuro de la empresa. Allí, científicos identificaban a los niños más inteligentes, enérgicos y dotados para someterlos a una cruel "gran cirugía", donde transferían órganos y conciencia a juguetes de gran tamaño, obligándolos a entretener y servir a los altos mandos de la fábrica.


Mikaela llevaba un portafolio en la mano; su corazón latía con fuerza porque iba a presentar un proyecto que dudaba en compartir. Se acercó a un chico de lentes en el escritorio y le entregó el portafolio, pidiéndole que se lo diera a Richard. El chico lo tomó y lo entregó a otra persona para que llegara el mensaje.


Los nervios invadieron su cuerpo. No sabía si su idea sería aceptada, hasta que el chico de lentes regresó. Le informó que el representante del jefe del grupo "batas blancas", compuesto por personas que aportaron grandes ideas a la empresa, la estaba esperando. Ella corrió hacia la sala, donde le pidieron que se sentara y explicara mejor su propuesta.


-Bueno, Mikaela, cuéntanos más sobre tu proyecto. 


-Los experimentos han sido muy hostiles con nosotros, los trabajadores. Creo que deberíamos pasar más tiempo con los niños y hacerles creer que tenemos un vínculo mutuo. Así, cuando sean parte de los juguetes gigantes, nos tendrán cariño y dudarán en hacernos daño. 


-Bien, ¿qué pruebas has realizado hasta ahora?


-La directora del orfanato, Stella, no me ha dado permiso para tener un niño, por eso solicito su ayuda para contar con un sujeto de prueba". 


-Está bien, hablaremos con la señorita Stella. Mañana a esta misma hora, dirígete al orfanato.


Al día siguiente, Stella observaba a Mikaela con una mirada que aún mostraba su descontento. La tensión era palpable. Stella le ofreció dos opciones: visitar a los niños o revisar los registros. Mikaela eligió ver las carpetas de los pequeños, fijándose en aquellos cuya adopción había sido cancelada. Encontró a uno llamado Danny Turner, cuya adopción se frustró debido a la muerte de su futuro padre por cáncer terminal. Lo escogió y lo llevaron a conocerlo. Stella seguía seria mientras Mikaela y Danny se conocían. La futura madre actuaba con destreza, jugando y hablando con el niño. Durante los pocos días que le quedaban en el orfanato a Danny en la fábrica, Stella se preocupaba por el futuro del pequeño y se aterraba al ver cómo Mikaela acumulaba puntos a su favor.


El día de la firma de papeles llegó. Stella estaba triste, tanto que no se despidió del pequeño. Pasó un año, Stella vio al pequeño entrar y salir de la zona de juegos; esta es una muy mala señal, ya que te ponen a jugar tres juegos inocentes, y si sacas puntajes muy altos en estas actividades, estás más cerca de hacerte la gran cirugía. Los últimos resultados de Danny habían sido positivos; Stella sentía que necesitaba hacer algo, tenía ganas de agarrar la hoja de resultados y desaparecerla, pero no podía. Ella tenía la confianza del fundador de la empresa y no quería defraudarlo. Además, en toda la fábrica hay micrófonos y cámaras. ¿Qué pasaría si ella cometía una falta así? Eso le hizo pensar por mucho tiempo, hasta que se dio cuenta de una forma de estar más informada sobre el paradero de Danny. Stella observaba a Mikaela en la fábrica, siempre atenta a los micrófonos secretos, pero no encontraba nada sobre Danny. Hasta un día, donde Mikaela mencionó que la próxima semana Danny se sometería a la gran cirugía, asegurando que él estaba emocionado por estar más cerca de su mamá. Stella, al escuchar eso, sintió un profundo dolor.


La semana llegó y vio a Danny caminar por la fábrica con alegría, dirigiéndose al elevador que lo llevaría a la sala de experimentos. Pasaron tres años y Stella no olvidaba a ese niño. Ella sabía que estaba en la fábrica en su nuevo cuerpo, seguro aterrado. Lo peor es que a Stella le prohibieron usar las cámaras, ya que el representante del fundador las veía como un uso excesivo e innecesario. Por otra parte, Mikaela ahora formaba parte del grupo "batas blancas".


Llegó el día de inspección, donde los altos mandos verificaban el estado de los experimentos. Mikaela tenía la tarea de entrar al cuarto de uno de los más nuevos, cuyos resultados indican que no era hostil. Stella decidió buscar a Danny, aprovechando que ese día todos estaban ocupados. Se dirigió a lo más profundo del pasillo.


Mikaela estaba algo asustada, ya que era su primera vez en esta actividad. Ella abrió la puerta; era un lugar muy frío. Entró y se acercó al gran muñeco. Contaba con varias herramientas, filosas e inflamables. Mikaela se quedó viendo a la criatura, se agarró de valor y le levantó el brazo, buscando una rasgadura. De forma inesperada y brusca, el experimento golpeó su quijada, que fácilmente se la pudo haber roto, haciéndola caer al fondo del cuarto. Con una mano le tapó la boca y con la otra le propinó golpes en las piernas y el torso. En su desesperación, Mikaela encendió un mechero y se lo arrojó al monstruo, provocando que se incendiara. Lo que no contó ella es que las llamas también la alcanzarían. Logró liberarse, aunque no sentía las piernas y trató de abrir la puerta. Hasta que escuchó la voz de un niño pequeño.


-Cuánto tiempo, Mikaela. Sé que no puedes hablar, pero es mejor. Quiero que me escuches. Mi nombre es Lucas, el mismo que gracias a mí encontraste la aprobación de solo tres personas que son peores que tú. ¿Tú de verdad te crees mejor por no sentir nada al matar a alguien? Muy patético. Recuerda que el karma siempre llega.


Stella, que la observaba desde la ventana, vio la situación y, al ver que Mikaela no podía emitir sonido, activó la alarma de emergencia. Todos los científicos detuvieron el experimento y apagaron el fuego. Mikaela quedó gravemente herida: tenía quemaduras por todo el cuerpo y su rostro estaba desfigurado. La fábrica no podía llevarla a un hospital convencional, así que la llevaron a la enfermería de la fábrica, donde hicieron lo que pudieron, pero no lograron salvar gran parte de su cuerpo.


Stella se sentía culpable por no haber intervenido antes y decidió cuidar de ella en el orfanato, que contaba con una sección para niños enfermos. Dado que Mikaela ya no tenía piernas, encajaba a la perfección en la camilla para pequeños. Los niños tenían miedo de ella; pensaban que era una viejita. Algunos pequeños la saludaban y le dejaban flores, ya que, según ellos, las personas de la tercera edad deben ser tratadas con cariño. Obviamente, ellos no sabían que era una mujer de 39 años y mucho menos estaban enterados de lo que ella hacía con niños de esa edad. Pasaron seis meses; Mikaela solo podía mover los ojos. Stella estaba cansada de cuidarla y de escuchar a los niños tener miedo de ella. Hasta algunos no dormían, ya que salió el rumor de que ella en la noche salía a pasear y a asustar a los más pequeños. Así que un día se informó que la señora Mikaela abandonaría el orfanato. Hasta la misma mujer no estaba enterada de esto. Los niños se acercaron uno por uno a despedirse. La peor parte fue con los niños chiquitos que no se atrevían a hacerlo. Stella se llevó la camilla; ella veía cómo las pupilas de Mikaela se movían con mucha frecuencia, como expresando miedo y de no saber a dónde iba. Stella paró en el famoso elevador que te lleva a la gran cirugía. Mikaela sabía dónde estaba y tenía mucho miedo. Stella se alejó del lugar, pensando que estaba haciendo bien, ya que le darían un nuevo cuerpo. Lo malo es que seguramente la empresa la esclavizaría para que le sirva a los niños.






 
 
 

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