Escribe: Estreya La Torre
De lejos veía a esa familia, particular y silenciosa, a veces algo distante, pero era una familia.
Recién llegaba de la mudanza junto a mi abuela. La traje conmigo para poder cuidarla y protegerla. El ambiente frío y seco fuera y dentro de la casa eran extraño, supongo que es porque prefiero la sensación cálida de…
Llegaba la tarde y yo decidía salir, sentía tantas cosas y sonidos al mismo tiempo, caminaba y escuchaba los sonidos característicos de las aves, algunas grandes, algunas pequeñas. El sonido de las hojas secas que a cada paso que daba. No había forma de pasar desapercibido de los demás.
Eso no se comparaba a lo extraño que era pasar por cada una de las casas de los vecinos. Extrañamente parecía que no estuvieran, o si estaban, andaban por las ventanas mirando, lo que me causaba escalofríos. Hasta que llegué a la casa del vecino ese, al cual siempre miro. Estaban sentados él y su esposa, sin dejar salir ninguna palabra de sus bocas. Seguí mi camino, pero me encontré con un peso encima. Me volteé y ese mismo señor me miraba fijamente. Era la mirada más aterradora que he sentido luego de esa vez.
Así pasaron las semanas, miradas extrañas y asimismo las sensaciones, con el tiempo me acostumbré a la casa, y mi abuela también.
Llegando la noche, mandé a acostar a mi abuela para luego yo también dirigirme a dormir. Acostado ya en mi cama y apunto de conciliar el sueño, escuché algo a lo lejos romperse. Mirando por la ventana vi que la pareja de al lado estaba discutiendo, se me vino a la mente la mirada escalofriante del señor. Aunque no pude evitar seguir mirando cuando una de las cosas que se tiraban casi le cae a la esposa. Me asusté y grité tan fuerte que el señor volteó y me miró de la misma manera, capturando los movimientos de mi cuerpo, dejándome inmóvil, me alejé rápidamente de la ventana y fui a ver a mi abuela.
Así las noches pasaron y las peleas continuaron, a veces fuertes, a veces más calmadas, pero los gritos siempre estaban. Hasta que una noche volví a escuchar el sonido del vidrio roto cayendo fuertemente. Al mirar me di cuenta que la esposa estaba en el piso, mirándome fijamente, mientras se desangraba. Asustado decidí hacer algo, pero el miedo me lo impedía, mis ojos quedaron estremecidos cuando pude ver lo que era… ¿un cuchillo? Era un cuchillo lo que llevaba el esposo con las mismas manos que abrazaba a su esposa. Tomé fuerzas y decidí salir hacia esa casa. Llegué y la puerta se encontraba abierta, entré, y cuando vi lo que había, no pude dar un paso más. Me quedé ahí, sudando frío, pero, sobre todo, quedé asombrado de la forma en la que hicieron que la escena de aquel día se viera exactamente igual, con los mismos detalles, la sangre sobre la alfombra, el cuerpo de ella de la misma manera en la que la dejé, y el ambiente cálido de ese día. Fue espectacular de ver, pero algo no me cuadraba, ¿quiénes fueron los que estaban aquí antes?, sin darme cuenta, por detrás, entró ese mismo hombre que siempre veía y supongo que me inyectó algo para que m desmayara, porque solo recuerdo despertar en la cama de la prisión. Pensaba en que tal vez estaría arrepentido por todo lo que hice, pero solamente me encontraba ahí echado, sin pensar en nada.
—Señor juez, estas fueron las declaraciones que encontramos en el diario desde q el señor, el asesino en juicio, se mudó al nuevo pueblo el lunes 10 de octubre —dijo el detective—. Añado que esta fue una estrategia para poder capturar al asesino. Se planeó la estadía en el pueblo días antes de que el asesino se mudara, ya que nos enteramos que secuestró a su abuela, para elaborar luego el escenario del asesinato de la esposa y las hijas para así capturar de manera más fácil al criminal.
Pasaron horas hasta que el juez tuvo un veredicto.
—Declaro que el señor queda detenido por homicidio de 3 personas, entre ellas su esposa y sus dos hijas, condenado a cadena perpetua sin libertad condicional.
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