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La última página

  • pedrocasusol
  • 12 ene
  • 5 Min. de lectura

Escribe: Erika Beizaga


El cambio en el trabajo había sido tan drástico que había removido todo su entorno, todos sus hábitos, sus tiempos, desde la rutina del paseo a sus perros hasta la organización de las comidas de la casa, la ducha y la hora de dormir.


Asignarle nuevos roles, el cambio de jefes, un nuevo equipo, un nuevo lugar para trabajar, todo ello le había quitado las ganas de vivir, porque solo en el trabajo había encontrado el refugio para dejar de pensar en darle fin a su existencia.


Julieta odiaba la vida desde que su hermano "el loco" había dejado este mundo a causa de un accidente automovilístico. Tenía 20 años cuando esto sucedió, a partir de ese día se atormentaba por no haberlo acompañado, él le había insistido para ir a ese concierto de Daniel F y Rafo Ráez, ambos solían ir a las movidas subte de la ciudad los fines de semana, pero ese día ella prefirió salir con Antero por quien se sentía atraída desde hace meses, la cita no hizo chispa y eso era lo que más la agobiaba: haber tomado una mala decisión. “El loco” más que su hermano era su compañero de aventuras, su mejor amigo, quien sin pelos en la lengua la cuestionaba y ella sabía que podían ser ácidas o duras sus palabras pero siempre sinceras y descargadas de malas vibras.

 

***

 

Habían pasado 29 años desde aquel suceso pero le seguía doliendo, tal vez por qué las consecuencias que trajo su partida inesperada siguieron desencadenando más tragedias en su familia. Su madre no pudo con la pena y la depresión la consumió, Julieta veía que poco a poco su salud iba deteriorándose hasta apagarse por completo, a los pocos meses su padre superado por el dolor de estas dos pérdidas también dejó este mundo.


Anteriormente la casa era el punto de encuentro familiar, venían de todas partes de Lima, se organizaban grandes y deliciosos almuerzos y en las fiestas no faltaba la buena comida y la música bulliciosa y alegre, tenía grandes jardines, amplios patios y olores frescos  que venían de los rosales del jardín, todo eso se había apagado, hoy la casa era triste, lúgubre y nadie la visitaba porque decían que emanaba una carga muy pesada.

 

***

 

Julieta tenía respiro económico, pudo haberse mudado pero no se sentía a gusto en ningún otro lado, ella se había quedado congelada, además no dejaba entrar a nadie en su vida porque le perturbaba que alteraran su rutina. Había tenido tres novios, a uno lo abandonó en el altar, a otro simplemente lo ignoró de un momento a otro y lo evitó hasta que él se cansó y el último de quién se había enamorado auténticamente terminó rechazándolo también porque quiso mudarse con ella, tiempo después lo había buscado a escondidas, había resuelto aceptarlo pero se acobardó y dejó que el tiempo haga lo suyo.


Tenía un cuaderno y una pluma en el velador junto a su cama, había escrito fragmentos inconclusos, a manera de capítulos de su vida, siempre a medias, sin finales felices ni tristes. Hacía muchos años intentando escribir un libro, dónde sus páginas pudieran reflejar su dolor pensando que algún día alguien la pudiera leer. Estaba segura de que de esa forma podría comenzar de nuevo, que así el dolor iba a desaparecer, que sus tres fantasmas por fin se iban a despedir.

 

***

 

Con ese desánimo que nos produce un nuevo cambio Julieta lloró de rabia, lo único suyo se lo acababan de quitar, debía empezar de cero, conocer nuevas personas, calzar en sus círculos, hablar nuevamente de ella, quizá era lo que más le incomodaba, de todas formas nunca la vida le había vuelto a dar nuevas oportunidades, pero esta, esta no era una oportunidad era más bien una advertencia, se estaba haciendo vieja y su puesto de jefa de sala en el supermercado necesitaba un imagen más fresca le habían dicho, que haría ahora como supervisora de los frigoríficos, tenía que entrar cada tres horas a las cámaras congeladas para revisar los alimentos perecibles, medir la temperatura ideal, validar el estado de los alimentos, retirar aquellos que ya empezaban a descomponerse, rotarlos por fecha de caducidad. Si antes tenía un jefe ahora tenía cuatro, todos más jóvenes que ella, todos pidiendo mucho compromiso y la famosa milla extra, que en realidad no es más que un pretexto para explotarte pensaba, el dolor de espalda que aquejaba a Julieta desde hacía años estaba empeorando, y definitivamente en estos nuevos roles se agravaría.

 

***

 

La primera noche después del cambio llegó cansada, dos horas después de lo habitual, botitas y caramelo no habían esperado a su paseo nocturno y habían orinado dentro de la casa, Julieta tuvo que limpiar con fastidio. Antes de dormir retomó nuevamente la tinta y el papel, estaba dispuesta a escribir, pero el sonido del timbre la distrajo y la asustó, era inusual que alguien la visitara, se puso en pié, era su vecina Mariel y aunque estaba cinco pasos lejos de la puerta se animó a decirle desde esa distancia que tenía una prima que estaba buscando alquilar una habitación y que podría ser una buena idea que viviera con ella. Julieta no se dio tregua para pensarlo y aceptó inmediatamente, algo le hizo pensar que con otros ingresos podría reemplazar la remuneración que recibía en el supermercado y que pronto podría renunciar a su trabajo y buscar uno que se le acomodara mejor.

 

***

 

Al día siguiente Mariel llegó con su prima Victoria, esta última se instaló de inmediato, ella era muy agradable, siempre sonreía y actuaba con amabilidad, aun así no hablaban mucho, solo cruzaban miradas cuando se encontraban en algún lugar de la casa, Victoria no quería invadir su espacio, sentía pena por ella.


Ella era una joven sensible y percibía el aura de las personas con facilidad, además tenía un corazón noble que la empujaba a tender su mano a quien la necesitaba.

 

***

 

Cuando veía a Julieta corría a ayudarla, cargaba sus bolsas, le ayudaba con el aseo de sus mascotas y hasta con la preparación de sus comidas. Julieta fuera de agradecer se incomodaba porque la hacía sentir inútil y sobre todo invasiva.


Una noche Julieta llegó mucho mas tarde que de costumbre, molesta, cansada, irritada, sin querer hablar. Victoria se aproximó a ella con una taza de té y unas galletas, pero ella las rechazó, una vez más insistió, en ese momento Julieta explotó y con un tono muy subido y hasta agresivo le dijo que no quería su lastima, que estaba harta de su sonrisa permanente, tenía las canas de sus cabellos  entre los labios babosos y empapada en lágrimas y exhausta le preguntó porque le tenía tanta compasión, tanta paciencia y tolerancia, Victoria entonces le dijo: me apena verte siempre llevándolo en tus espaldas, él es grande y seguramente pesa, pienso que debes terminar tu día agotada, lo llevas a todos lados deberías dejarlo algunas veces y descansar… podría ayudarte, le sugirió…


Julieta la miró entre absorta y pasmada y en silencio se dirigió a su cuarto, se encerró, lloró desconsoladamente hasta quedar en silencio.


Al día siguiente Victoria no oyó ruidos, ni quejas ni golpes de las cosas que Julieta acostumbraba tirar todas las mañanas, dejó transcurrir la mañana, como todo seguía igual decidió acercarse aunque consumida por el miedo, la lámpara seguía en encendida, ella yacía inerte  y en el velador una libreta y en la última de las hojas unas letras escritas con una caligrafía diferente a las del resto de páginas, decía: Hasta hoy te acompaño, libérame y te libero...



 
 
 

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