Encuentro con una escritora
- pedrocasusol
- 27 ene
- 9 Min. de lectura
Escribe: Ivone Lavid
Ese día, mientras me tomaba una cerveza en ese bar cuyo nombre no recuerdo, vi ingresar a una persona con cabellos largos, ropa holgada y zapatillas. Llevaba un gran bolso consigo y en sus manos sostenía un par de libros cuyas imágenes no podía divisar.
El mesero del lugar parecía haberla reconocido, con una breve sonrisa se acercó a ella. Se mantuvo a una distancia prudente entre la confianza y el respeto. ¿Qué se va a servir hoy señorita Vivian? –Le dijo.
-Lo mismo de siempre, Frank –replicó ella con acento sureño.
-Enseguida, señorita.
-¿Hoy tocarán?
-Sí, empiezan a las 6:00pm.
-Perfecto.
La mesa cuadrada que ella había escogido tenía una ubicación particular, estaba en el centro del bar, mirando a la puerta, pero también daba directamente al lado del escenario pequeño que tenía un micro y un asiento.
La vi reposar sus libros sobre la mesa, cruzó sus piernas, sacó un cigarrillo y empezó a fumar con destreza. El humo salía de su boca como aire de liberación. Su mirada se reposaba de rato en rato hacia esa esquina del bar, a veces parecía que estaba observando algo y otras como si se perdiera en medio del vacío. Esos vacíos que lo contienen todo, los que cuentan historias, los que tocan músicas, los que llenan el universo.
Mi vaso ya se había terminado. Con algo de timidez, hice el ademán de llamar al mesero y con los dedos le indiqué que me sirviera uno más. Mientras me traían la otra cerveza reposé mis manos en mi libro. Sí, yo también tenía uno sobre la mesa. No me había atrevido a abrirlo hasta ese momento, solo lo contemplaba como si su mera presencia en mi mesa fuera una clase de amuleto a otro mundo.
-Su vaso, señorita
-¿Desea algo más?
-Sí, una consulta. ¿Escuché que hoy toca alguien aquí?
-Así es, una vez a la semana, tenemos música en vivo.
-¿Qué clase de música es?
-Trova.
-Nunca he oído ese género.
-Le va gustar –me dijo, mientras sus ojos se dirigían a mi libro.
Se instaló en esa esquina vacía un joven de cabellos castaños, piel trigueña y algo flaco. Llevaba una guitarra cruzada delante de él y reposaba sus manos sobre ella. Las cuerdas vibraban tratando de afinar su sonido, bailaban al compás de sus dedos, una a una. Ni bien obtuvo el tono deseado, acomodó el micro y alzó la mirada al público presente.
Desde esa mesa del medio, Vivian, con sonrisa melancólica, le estiraba su copa de pisco, mientras él respondía asintiendo el gesto con un saludo. Cerró los ojos y empezó a flotar en el aire con esas melodías de lo que llamaban “trova”.
La canción parecía tener emociones propias, no solo eran sonidos, eran historias, dolores acumulados, resignaciones. No sabría cómo explicarlo, pero mi corazón empezaba a salir con esas letras, tan ciertas, ¡Tan ciertas! – “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo (…) y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño” sonaba la música. Vivian movía los labios, disfrutaba el momento como quien se empareja con la canción.
Mi corazón latía fuerte, no entendía las razones, me sentía triste y feliz, la poesía y la guitarra se unieron, las cuerdas vibraban al compás de las letras o al revés, pareciera que las gentes hablaban a través de ese vibrar. Esas gentes de las que nunca se habla, de las que nunca se reconoce su existencia, de las que se prefiere no ver para no sentirse miserables.
Vivian volvió a encender otro cigarrillo, ya había dejado de mover los labios, solo contemplaba con deleite esa esquina que ya no estaba vacía, esa esquina que ahora parecía brindarle todas las respuestas que buscaba. Note cierta tristeza en su rostro, no era raro, todos estaban tristes esa noche, algunos se abrazaban levantando sus copas y cantando a viva voz, otros miraban sus vasos coreando las canciones, y las nuevas, como yo, nos dejábamos envolver por las emociones del momento.
La tristeza de Vivian, sin embargo, era particular, parecía una emoción profunda venida de otras épocas, lo noté cuando coreaban:
“(…) Si me faltaras no voy a morirme
Si he de morir quiero que sea contigo
Mi soledad se siente acompañada
Por eso a veces se que necesito
Tu mano
Tu mano
Eternamente tu mano (…)”
Un sonido extraño sonó, la mayoría seguía el ritmo de la música, sin percatarse de nada. Busqué con la mirada a Frank y este se encontraba recogiendo el vaso de pisco que estaba repartido en pedazos debajo de la mesa de Vivian. Ella lloraba, sus lágrimas llenaban sus mejillas, se limpiaba y se seguían mojando, su interior brotaba por todos lados, sin que ella oponga resistencia. La música, era la música, ¡tanto la ha quebrado!
Me levanté del asiento, cogí mi vaso y mi libro, estiré una silla de su mesa y me senté en silencio. Sin mirarla, fije los ojos de nuevo en la guitarra que emitía sus sonidos flotando en el aire las emociones andantes. La música hacia explorar esos sentimientos que no afloran comúnmente, las que escondemos de la sociedad, de nuestros amigos, las que ocultamos con las sonrisas forzadas y la comodidad que no queremos perder.
Mientras estaba sentada de ese lado de la mesa, noté que Frank miraba a Vivian de reojo. Su mirada tenía las cejas entristecidas y sus manos tenían un tic ansioso que parecía estar conteniéndose de hacer algo.
Se detuvo la música y todos se recomponían volviendo en sí. Vivian notó a la extraña sentada en su mesa, mientras terminaba de limpiar sus mejillas, frunció el ceño intentando entender el motivo por el cual se habían atrevido a invadir su espacio sin su consentimiento. Iba a cuestionarme o al menos eso parecía. Sin embargo, algo la detuvo, sus ojos giraron hacia mi libro, como un imán. ¿También eres escritora?, me preguntó. Me sonrojé, no sabía bien qué me había motivado a sentarme en su silla. ¿Y ella es una escritora? –pensaba.
-No -le respondí dudosa- solo me gusta leer.
-Entonces, seguro que escribes -me dijo, con una seguridad impenetrable, esa que parecía haberse perdido en ese breve instante en el que se coreaba “Yolanda”.
-Solo para mí -le confesé. Sonrió y me estiró su copa chocándola ligeramente.
-Eso te convierte en escritora -me dijo con tono categórico. Me sonrojé sin saber que responder, nunca me consideré una.
-Tú, ¿Desde cuándo escribes? –pregunté con curiosidad.
-Desde siempre, creo que es una forma de soportar este mundo -me dijo.
Siempre quise conversar con una escritora de esas que escribían con pluma y tinta, manchándose los dedos; o las que se alumbraban con mecheros para sacarle a la noche un poco más de tiempo para sus historias; o las que se atrevieron a desafiar los convencionalismos usando un nombre masculino para publicar sus libros. Estar frente a una esa noche me transportó a otras épocas.
-¿Qué escribes? – dije animosa.
-De la vida -me dijo. Sonreí sin comprender.
-Las cosas cotidianas -me reafirmó- las historias que no nos parecen relevantes pero que marcan el derrotero de nuevas vidas.
-He leído historias así, son muy buenas para volver trascendente lo rutinario.
-No hay rutina en esta vida, todo es dialéctico, incluso tu mismo andar –me dijo.
Me quede algo confundida.
-¿A qué te refieres cuando dices que todo es dialéctico? –le expresé. Me miró con ojos dispersos, algo perdidos en el espacio y tiempo.
-Todo esta en constante movimiento y cambio, incluso si mañana nos viéramos de nuevo, tú y yo ya no seríamos las mismas.
Tragó saliva como si quisiera contener nuevamente una emoción, como si esa frase fuera categórica también en su vida. Buscó con la mano a Frank y le pidió llenar su copa y mi vaso.
-Ahora cuéntame, ¿cómo conociste este lugar? –Me habló pretendiendo cambiar de tema.
-Solo pasaba por aquí –le dije- quería tomarme algo y leer un rato. Sonrió, su rostro se había recompuesto.
-Leer en bares es lo más liberador del mundo.
-Esta es mi primera vez -le confesé. Normalmente iba a un café cerca de mi casa, pero, ahí no sirven alcohol ni tocan música. Su rostro parecía emitir una risa ahogada.
-Debes venir más seguido, en estos tiempos, no hay nada mejor que un buen libro, alcohol y trova. ¿Estos tiempos? – pensé. Tal vez se refería a las protestas, las calles siempre estaban llenas de barricadas y cada día se escuchaba la noticia de una muerte a manos de militares y policías.
-Sí, las calles están que arden -repliqué mientras mi ceño se fruncía dejándome pliegues en la frente-. ¿Y, tu cómo conociste este lugar? – le pregunté.
Su mirada volvió a perderse, agachó la cabeza, movía los pies como si fuera un péndulo apresurado. Su rostro firme fue desapareciendo y se arrugaba como cuando algo te duele.
-Fue hace siete años – me confesó, haciendo una pausa, intentando disimular su voz quebrada, mientras sostenía entre sus dedos el cigarrillo – vine con una persona que me presentó este lugar.
-Es un bar muy bonito, le dije, trasmite un aire de tranquilidad y rebeldía. ¿Cómo era antes?, le pregunté.
-Tenían un segundo piso -precisó, mientras estiraba su mano hacia un cuadro grande instalado en la pared que estaba en mi espalda y volviéndose hacia la esquina vacía dijo: “Ahí había un piano que acompañaba al cantante”. Dio un suspiro leve y terminó diciendo: Como te dije, todo cambia. La miraba tratando de descubrir cómo es que podía cambiar de la firmeza a la angustia en poco tiempo.
Frank se acercó con nuestras bebidas, ya no tenía las manos ansiosas de hace rato, parecía que se le había ido al ver a Vivian recompuesta. - Disculpen la demora, señoritas, estaba con varios pedidos, tal parece que la trova y el alcohol son dos elementos inseparables- dijo, mientras se reía y sus mejillas se separaban de su boca dejando entrever sus dientes blancos.
Vivian lo miro con ternura, tratando de volcar en esa única persona del lugar que parecía comprenderla todas sus emociones contenidas en un solo instante. “Gracias, Frank”, le dijo y volviéndose a hacía mí me interrogó, entonces, ¿sobre qué escribes? Era una pregunta bastante seria viniendo de una escritora, trate de no parecer nerviosa.
-De lo que siento, dije casi sin pensar y como si se me hubiera salido una incoherencia, tomé mi vaso de cerveza presurosamente. Ella sonrió como si hubiera notado mi vergüenza, pero no se concentro en ello.
-Los mejores escritores escriben lo que sienten, me dijo al fin, pero … hizo una pausa y continuó. Uno puede sentir muchas cosas y en su mayoría de veces esta relacionada con su experiencia de vida. ¿Qué es lo que te mueve en este mundo?, me expresó. Le sonreí y pensé que había encontrado a una persona con la que podía hablar con libertad sin esconderme.
-¿Te ha pasado que a veces sientes demasiado todo lo que pasa? -le contesté.
No encontré mejor manera de explicarle que en realidad me apasionaba por descubrir todo cuanto acontecía y siguiendo con mi intervención, le dije:
-Me pasa a menudo que estoy caminando, veo un hecho que me impresiona en la calle, y siento de pronto unas enormes ganas de escribir sobre ello: la futilidad de la vida, las diferencias sociales tan enormes que parecen nunca tener un final, las injusticias que solo algunos logran percibir, las cargas enormes que ponen sobre las mujeres de ser eternamente bellas y a su vez perfectamente hacendosas. No sé -agregué, volviendo en mí de una cavilación entusiasmada. Mis manos flotaban en el aire tratando de explicarle lo que sentía. Vivian me miraba con mucha recepción.
-Es una carga muy fuerte sentir demasiado -me dijo-, por eso, un solo individuo no puede cargar con todo. -Ella tenía una manera muy particular de hablar las cosas serias, su mirada se endurecía y su rostro formaba gestos que acompañaban sus expresiones más firmes-. La única salida es convertir tu inconformidad individual en colectiva, me afirmó. -Me perdí de nuevo en medio de esa alocución, ella lo notó y continuó con su explicación- Escribir sobre eso, es una forma de hacerlo me dijo al fin, tu puedes mostrar todo eso en tus cuentos o novelas y cuando lo hagas ya no será solo un sentir tuyo, será un sentir para todos.
-¿Un sentir para todos? -Le dije, totalmente confundida.
-Sí –me dijo– las historias que plasmamos en el papel y se desprenden de nuestra individualidad, ya no nos pertenecerán solo a nosotras. Se convertirá en una idea colectiva. -La miré como si de pronto me hubiera cruzado con esas escritoras rebeldes que me gustaba leer, como si se hubieran fusionado y se hubieran presentado en la forma de Vivian, una escritora, que usaba zapatillas en vez de tacones, polos holgados en vez de blusas, faldones en vez de vestidos, una escritora de esta época-.
-Nunca lo había pensado de esa forma -le dije. Sin saber qué más podía añadir a semejantes comentarios.
Las mesas del lugar se iban quedando sin gente, la noche iba llegando a su fin, el mesero iba levantando las sillas en la mesa y limpiando el piso. La barra del bar estaba llena de copas vacías o a medio tomar. Seguro alguien las dejó luego de que dejaron de tocar.
-Parece que ya va a cerrar -le dije con tono resignado.
-Sí, no te preocupes, habrá más oportunidades para vernos. Pidió la cuenta, me apretó la mano y antes de irse, sosteniendo mi libro, me animó: escribe, me gustará leerte.
Ese día me acosté tarde, tenía los sonidos de la música resonando en mi cerebro y pensaba en si lo que decía Vivian tendría algún sentido. Me senté en mi mesa y empecé a escribir por primera vez como una escritora, como quien cuenta una historia en tercera persona para hacer de las cosas cotidianas algo trascendente; después de todo, lo particular contiene lo universal.

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