El candidato
- pedrocasusol
- 2 feb
- 35 Min. de lectura
Escribe: David Vidal
Abrió los ojos. El techo impoluto solo lo confundió más y, todavía perdido en el espacio tiempo, trató de recordar quién era. Se sentía diferente, pero, ¿lo era? ¿Ya había terminado el procedimiento? Por fin iba recobrando el conocimiento.
—¿Señor Pastor? ¿Me escucha?...—dijo una silueta humanoide, revestida de un tejido blanquecino y brillante.
Alejandro Pastor abría y cerraba los ojos. Sus pupilas respondían bien a la luz, mientras sus entornados ojos hacían un esfuerzo para enfocar su mirada y recordar, lentamente, que Pastor era su apellido. Sí, ese que le puso su padre hace ya cincuenta años. Y Alejandro su nombre.
—S…sí
—¿Cuál es su nombre?
—A…Alejandro…Pastor.
—Perfecto. Señor, la operación fue un éxito.
Alejandro sonrió. Hacía un esfuerzo por recordar su pasado, su presente y entender su posible futuro.
—Señor Pastor, las memorias vendrán poco a poco. Tómeselo con calma…
A Alejandro no le gustaban los robots doctores. Siempre que daban indicaciones lo hacían con mucha, por no decir demasiada, parsimonia. Pero al menos ya recordaba su rechazo hacia las máquinas. Esa hojalata viviente tenía razón, poco a poco iban regresando sus memorias.
En menos de una hora ya lo recordaba todo. Recordaba que era el dueño de Terracon, la empresa número uno de construcción en el Perú. Recordó que su Padre, Daniel Pastor, le había contado que Conparsa, su rival, fue absorbida por el estado al fallecer, si se le puede llamar así, ese pedazo de hojalata viviente llamada, también, Conparsa. Recordó que era, hasta antes del procedimiento, el hombre más rico del Perú; y probablemente lo siga siendo, a pesar del estrambótico precio que había pagado por la operación. Y, por supuesto, recordó qué hacía recostado y decumbente en una fría sala de operaciones, acompañado de tres hojalatas vivientes y humanoides.
—Felicidades, señor Pastor. Ya es usted amortal.
Alejandro se quedó viendo al robot doctor. Suprimió ese innato e innecesario impulso de agradecerle, de felicitarlo por su probidad. Solo balanceó la cabeza de arriba abajo, feliz y satisfecho de que, por fin, había alcanzado la inmortalidad. O, mejor dicho, la amortalidad.
***
Alejandro retomó su vida a la semana. Durante los primeros días no se sentía muy diferente, ni se veía diferente. Todo lo contrario: se sentía igual que siempre, pero con ligeros síntomas de mejoría hasta que, poco a poco, empezó a vislumbrar y vivir cambios notables. Por ejemplo, hasta hace algunos meses tenía problemas de insomnio, ahora estos habían quedado en el olvido, así como los de memoria. Se solía agitar demasiado al subir tres pisos, pero ahora lo hacía con una ligereza que lo retrocedían hasta sus jubilosos años juveniles. Su energía había incrementado tanto que incluso pensó en retomar su ya abandonada rutina de citas con desconocidas. Y es que, hasta antes de la operación, trabajaba de lunes a sábados y los domingos los dedicaba exclusivamente al descanso y el disfrute individual. El cambio fue maravilloso.
Su cuerpo, algo fofo y ligeramente rollizo por la edad, se había tonificado a niveles no vistos hasta hace varios años. Su ligera barriga ahora se mostraba plana, su ginecomastia había desaparecido y su cabello, que ya lo daba por perdido, poco a poco volvía a conquistar esos espacios vacíos de piel en su cuero cabelludo. Alejandro no podía contener su felicidad.
En la oficina sus colegas notaron el cambio. Inclusive, amigos le preguntaron directamente si se estaba sometiendo a algún tipo de tratamiento especial de rejuvenecimiento. Preguntas como, ¿cuánta sangre estás comprando?, o ¿a quién le estás comprando los órganos? empezaron a rondar por su círculo social más cercano. Al principio eran preguntas burlonas, hasta socarronas; pero, con el paso de los meses, se volvían incisivas y aviesas, como si sospecharan de que Alejandro estuviera ocultando algo.
Y es que Alejandro había cambiado notoriamente. Atrás habían quedado su cansancio, su desgano, su mal humor. Ahora, al caminar por los pasillos de Terracon, parecía otra persona, un Alejandro de 35 años, joven, orgulloso y feliz, a sabiendas de que su fecha de caducidad se había extendido por tiempo ilimitado. Tiempo ilimitado para hacer actividades que nunca antes había hecho, como participar en concursos de natación, maratones y hasta triatlones. Se había transformado en una especie de atleta semiprofesional.
Pero todos esos cambios trajeron consigo sospechas. La farándula, a la que Alejandro, quiera o no, pertenecía al haber sido pareja de una modelo bastante cotizada, empezó a especular del extraño caso del Benjamin Button Peruano, como lo apodaron. Y los chismes se empezaron a acumular poco a poco sin que Alejando moviera un ápice por refrenarlos. Solo son chismes, sentenciaba, y yo no estoy para chismes.
***
Alejandro tenía una cita. Era una chica joven, muy hermosa, de perfil venusino, cabello oscuro y ojos caramelo. La luz del restaurante iluminaba su rostro, que brillaba de emoción y complacencia por estar rodeada por tanta fastuosidad. Ambos comían, reían y compartían miradas cómplices, sin sospechar que, a pocos metros, habían dos cámaras escondidas preparadas para lo que se venía.
La pantalla de un televisor inmenso ubicado al fondo elevó un poco el volumen. Alguien de los comensales había pedido escuchar con más nitidez el programa del momento: MaraTV, conducido por Mara Aguilar, especialista de destapes y farándula. Digna heredera de unos de los programas más recordados de la historia de la TV peruana: Magaly TV.
—Queridos miembros de nuestra comunidad, la mejor comunidad de todo el internet, la comunidad de MaraTV. Hoy, les traemos una historia bastante peculiar. Les sonará a ciencia ficción, pero no, ahora es la realidad, y es una realidad que puede estar más cerca de lo que creemos…
Alejandro y su acompañante seguían comiendo, ajenos a los comentarios de Mara, que parecía haber atraído la atención de los demás comensales.
—...¿Sabía usted que, probablemente, ya existan amortales entre nosotros? ¿No? De seguro que escuchó qué es un amortal, una persona que no puede morir de forma natural. Y es que, se cree, que guardan su existencia con recelo, porque temen una especie de fuente ovejuna, en donde los sacrificados no sean los deshonestos líderes de un pequeño pueblo, sino los amortales que en secreto se jactarían de su amortalidad…
Alejandro iba degustando su exquisita chuleta de cerdo, mientras observaba con un apetito todavía no saciado los pechos de su acompañante.
—Temerían y ocultarían su existencia porque sí pueden morir. Son amortales, mas no inmortales. No podrían morir por causas naturales pero sí por intervención humana. Pero, querida comunidad, ¿qué pasaría si les dijera que hay varios expertos que consideran que ya hay muchos amortales en el mundo? ¿Qué pasaría si les dijera que uno de ellos viviría en Lima en este preciso momento?
Un comensal pidió que se suba volumen del televisor. Ahora la atención de todos, menos de Alejandro y su acompañante, estaba en Mara.
—Y es que mis chismosos de la oligarquía perucha estuvieron…pululando por allí. Nos llegaron muchos rumores, los cuales hemos contrastado con fotos y videos que ustedes verán. Tengan en cuenta que también preguntamos a expertos del rejuvenecimiento, los cuales nos confirmaron que tal retroceso, tal rejuvenecimiento y mejora en la condición física es imposible. Bueno, dejémonos de floro, eso es para otros programas. A continuación… la nota.
En la pantalla se vieron imágenes de varios perfiles ocultos y una voz en off llamativamente altisonante y socarrona se empezó a escuchar.
—Así es, mis queridas chismosas y chismosos. Ya llegaron, ya están aquí, los amortales.
Se escuchó una música de misterio de fondo.
—Uno de ellos, de acuerdo a nuestras indagaciones, sería un maduro ricachón, heredero de una de las empresas más poderosas de nuestro querido Perú. Y sí, también un antiguo caserito de nuestro programa, un exsaliente, o pareja no oficializada, de la modelito Karín Betancourt, la mamasita del canal de la competencia. ¿Ya saben quién podría ser? ¿Todavía no? Ay, por favor. Dejémonos de tanto prolegómeno o, como diría nuestra tía poco floro, dejémonos de tanta palabrería.
En la pantalla una imagen apareció pixelada que, poco a poco empezó a aclararse. No había dudas, era el rostro de Alejandro Pastor. Aunque este todavía comía, ajeno de todo, algunas mesas atrás.
—Así es nuestros queridos chismosos y chismosas. Él sería nuestro primer amortal…el primer cholo en alcanzar la eternidad. Nuestro Benjamin Button lorche, aunque eso sí, lorche fino. Y sí, nuestras sospechas, en este caso, están más que fundadas. Miren nada más, hace un añito, miren lo lento que caminaba el pobre Alejandro. Miren lo gordo que estaba, miren esos prominentes pechos y esa explícita calvicie. Y mírenlo ahora. Miren esos pectorales, esa cinturita, ese abdomen definido y, oh por dios, esa voluminosa cabellera. ¿Y las arrugas? Ya no hay. Se fueron las patas de gallo, quedaron solo patas de pollito. Y según nuestro especialista, rejuvenecer a ese nivel y parecer de treinta y tantos es, prácticamente, imposible…
Muchas miradas empezaron a enfocarse en Alejandro que, sin percatarse, seguía comiendo; pero la joven que lo acompañaba pareció darse cuenta de lo evidente.
—Alejandro, creo que todos nos están viendo…
—¿Cómo?
Alejandro se percató de aquellas miradas. Algunas evidenciaban la sorpresa, otros la envidia, algunas parecían colmatadas de ponzoña, otras de fascinación. El restaurante pareció dividirse en dos grupos: uno de admiradores y otro de encolerizados opositores. Alejandro vio la pantalla en donde, gigante, se mostraba su antes y después. Vio con sorpresa cómo la voz en off despotricaba contra él, haciendo uso y abuso del condicional, conjeturando acerca de su cuerpo, sus posibles modificaciones, el estrambótico precio y un gran etcétera de presunciones. Lastimosamente para Alejandro, esta vez, Mara y sus chismosos habían acertado en casi todas sus suposiciones.
la acompañante de Alejandro volteó a verlo con sorpresa y admiración. Alejandro sentía cada una de las miradas, analizándolo de pies a cabeza, como si fuese un objeto y ya no una persona. Empezó a agitarse, esto no estaba para nada en sus planes. Trató de levantarse, pero un tumulto de paparazzis aparecieron en la puerta e ingresaron al comedor, todos hablando al unísono.
¿Qué se siente ser el primer amortal, señor Pastor? ¿Es cierto que no puede morir naturalmente? ¿Cuánto le costó semejante huachafada? ¿Es usted un cobarde por negarse a morir? Y muchas otras preguntas más que, en conjunto, alteraron a Alejandro que, olvidándose de su cita, emprendió su salida a empellones y empujones.
Ingresó como pudo a su Lexus autónomo y emprendió una accidentada y rauda retirada.
***
Alejandro no podía dormir. Sabía que tenía infinidad de mensajes, llamadas y correos. No quería ni pensar en ello. Pero, tarde o temprano, sabía que tendría que afrontar la verdad: negar o afirmar las especulaciones.
Pese a ser todavía la media noche, Alejandro decidió llamar a la única persona en la que podía confiar tan peculiar secreto: su padre, el nonagenario señor Daniel Pastor.
—Hijo, me alegra que me llamaras…
—¿Papá? ¿Ya viste las noticias?
—Tendría que vivir debajo de una roca para no haberme enterado. Dime, ¿es verdad?
—...
—A ver, Alejandro, ¿es verdad? Sabes que en mí puedes confiar, soy tu padre…
—..Ss..Sí, papá, es verdad.
—Ya veo, ya veo. Bueno, me alegro que vayas a vivir para siempre, hijo. Aunque, ¿de veras quieres eso?
—Sí. Me lo ofrecieron y tomé la oportunidad…
—Ya veo. Pero, ¿cómo es eso? O sea, ¿tienes que inyectarte sangre constantemente, como los tratamientos para rejuvenecer? ¿O comprarle órganos al mercado negro?
—No, no papá. Es..complicado de explicar. Pero en términos fáciles, porque así me lo explicaron, hicieron réplicas sintéticas de mis órganos. Tengo un corazón sintético, pulmones sintéticos, estómago sintético. El único órgano de los importantes que no fue reemplazado es el cerebro. Y para prevenir la aparición de problemas cerebrales cada año tengo que someterme a un tratamiento, más que todo para evitar que su volumen se reduzca, o su plasticidad, o que no se pierdan muchas neuronas o que aparezca una enfermedad neurodegenerativa…
—Entiendo, entiendo…Es, por decirlo menos, impresionante. ¿Y cómo te llegó esa oferta?
—Que yo sepa se la enviaron a las familias más poderosas del país…
—Pero a mí no me llegó nada…
—Pero es que tú, papá, ya tienes noventa años. Tengo entendido que el procedimiento sólo es dable hasta los sesenta.
—Me lo perdí por treinta añitos—y Daniel rió.—¿Y vas a salir al frente a revelarlo? ¿O lo mantendrás en secreto? Recuerdo que solo hay una persona que confirmó su amortalidad.
—Sí, y por él es que se sabe que ya hay amortales.
—No le fue mal eh. Ahora es más popular que antes, las acciones de su empresa, Nikola, subieron como la espuma.
—Sí…pero yo no sé, papá. Es que en los acuerdos que firmé está la cláusula de confidencialidad. En teoría esto nunca se debió de haber sabido…
—¿Y cómo se enteró ese programa de chismes?
—No sé, solo se me ocurre que alguien de dentro de la empresa que hace amortales se los dijo, o que escucharon un rumor…
—Creo que eso último es lo que pasó. ¿No te dijeron que te cuidaras de exponerte?
—Si, eso me dijeron…
—Allí creo que fallaste, Alejandro. Varios se sorprendieron por cómo habías rejuvenecido. Y para colmo de males no te sometiste a un tratamiento de rejuvenecimiento, y eso que son tan populares…
—Sabes que no soy muy fan de los doctores robot. Y esos tratamientos requieren que vayas todos los meses.
—Pero aunque sea hubieras disimulado un poco el cambio, Alejandro. Ya muchos saben el límite de los tratamientos de rejuvenecimiento, pero lo visto en tí fue una gran sorpresa. No debiste exponerte así, hijo. Ir a maratones, participar en triatlones y ganarle medallas a jovencitos a los que les duplicabas en edad fue, creo yo, demasiado sospechoso, ¿no crees?
—Lo sé, papá, pero es que nunca había sentido tanta energía, tanta facilidad para hacer deporte, no sé. Es como si fueras un superhumano.
—Pero no lo eres, hijo. Te recomiendo que te retires de la esfera pública por un tiempo. No te conviene seguir exponiéndote.
—No sé, papá. ¿Y quién va a dirigir la empresa?
—Deja que la IA, ¿cómo se llamaba?...Terra, la maneje por un tiempo…
—¡No!, eso nunca, no mientras yo viva…
—Ay hijo, tú y tu fobia a las inteligencias artificiales.
—Papá, pero por algo tengo un link implantado. No por nada me esforcé en adquirir las últimas actualizaciones. Yo sé que mi criterio es mejor que el de Terra.
—Eso lo sabemos, hijo. Pero necesitas desaparecer hasta que esto se enfríe…
—Mira papá, prefiero dirigir la empresa desde casa antes que dejar que Terra haga todo, ¿no te acuerdas lo que pasó con Conparsa?…
—Ay hijo, bueno, ahora es tu empresa. Yo solo trato de aconsejarte. Finalmente, eres tú el que toma la decisión. ¿Qué te dice tu link? Con tantas actualizaciones debería de darte una respuesta certera.
—El link me dice lo mismo que tú, papá.
—Es que es lo más sensato hijo…
—Igual me lo pensaré. Todavía no he tomado una decisión, aún no se si decir la verdad o mentir.
—Sé que tomarás la opción correcta, hijo…
Esa noche Alejandro no llegó a conciliar el sueño. Al menos ya había conversado con su padre, por fin, ya se lo había confesado. Era un peso menos, pero aún era muy pronto para tomar una decisión definitiva. Alejandro optó por esperar y ver cómo, día tras día y semana tras semana, se iban desarrollando las cosas. Quien sabe, así como le pasó a Nikola, revelar su amortalidad subiría las acciones de Terracon por las nubes. O quién sabe no. Solo el tiempo, eventualmente, se lo diría.
***
Pasaron los días y las semanas y Alejandro todavía seguía dudoso acerca de qué camino tomar. Por fin, luego de algunos años, se atrevía a fumar un cigarrillo, escudado en su nueva y recién adquirida amortalidad. Eso le ayudaba a pensar, decía él. Veía como el humo se iba revoloteando por el cuarto, en patrones inentendibles, como inentendible era ahora su situación, pero un mensaje lo sacó de sus meditaciones, era uno de sus asistentes. Tenía que aprobar el presupuesto de un proyecto de construcción del último tramo de la carretera que conectaría Iquitos con Lima. Ese fue el sueño de ese tal Belaunde hace ya tantos años, pensó Alejandro, y esbozó una sonrisa. Al parecer este era el año de los sueños cumplidos.
Lo único que lo acompañaba en su reclusión voluntaria era una TV gigante empotrada al frente de su escritorio que, de vez en cuando, miraba. Tenía miedo de sintonizar algún programa de chismes. Estas tres últimas semanas solo había visto, para variar, noticias internacionales. Y es que, a nivel internacional, la supuesta revelación de un amortal en Perú había pasado por agua tibia: casi nadie lo había comentado. Pero otro mensaje lo sacó de su zona de confort: sintoniza el stream de TV Perú, ahora. Iba a ignorarlo, pero recordó que su padre casi nunca estaba en lo incorrecto.
En la pantalla se vio una encuesta. Habían solo dos barras y ambas respondían solo a una pregunta: ¿usted se haría amortal si tuviera la oportunidad?. La barra con “no” alcanzaba el 36%, mientras que el “sí” llegaba al 59%. Los que no tenían opinión eran solo el 5% y aparecían en la pantalla como un nimio comentario. Una persona de cabello engomado, bien al terno y, con cierto aire de superioridad, parecía hablar como si opinión fuera de relevancia.
—Esta encuesta nos muestra que, al parecer, el peruano hubiera hecho lo mismo que habría hecho el señor Alejandro Pastor. Y bueno, ¿quién los puede culpar? El sueño de muchos es vivir eternamente. Ahora es posible, este resultado no es tan sorprendente, pero muestra que, a pesar de que la mayoría de los peruanos hubiera tomado esa opción, la prensa parece escandalizarse y, así también, la población.
—¿Entonces se podría afirmar que el peruano es hipócrita?
—No sé hasta qué punto se puede usar ese adjetivo. Pero, al menos, sí se ve una clara tendencia a criticar aquello que deseamos hacer.
—Es decir, de acuerdo a esta encuesta, ¿la mayoría de peruanos quisiera ser, en este momento, Alejandro Pastor?
—Bueno, asumiendo claro que, en efecto, el señor es amortal, la respuesta es sí: la mayoría de peruanos desearía ser Alejandro Pastor en ese momento.
—¿Se podría afirmar que, por dentro, ese 59% de peruanos admira lo que el señor Pastor habría hecho?
—No sé si admirar sea el término adecuado. Unos lo admirarían, sí, pero otros lo envidiarían, mientras que otros simplemente serían neutrales y no verían nada malo en lo que hizo el señor Pastor. Perdón, en lo que habría hecho el señor Pastor.
—Interesante…Bueno, ahora que tenemos los datos cuantitativos procederemos a los datos cualitativos. Hola Robie, ¿cómo estás?
La pantalla mostró una calle de Lima, probablemente ubicada por la avenida Javier Prado. Allí, en medio, una reportera aparecía con un micro en la mano, a la espera de cazar algún comentario de interés que despunte las vistas del streaming.
—Hola Sebastián, sí, aquí estamos, preguntando a las personas su opinión con respecto a lo que habría hecho Alejandro Pastor. Señor, como está, TV Perú en vivo. ¿Usted qué opina acerca de lo que hizo el señor Alejandro Pastor?
El peatón era un señor en la cuarta década de su vida. Su rostro, algo desencajado por la sorpresa, parecía destilar dudas.
—¿Quién, disculpe?
—El señor Alejandro Pastor, el que supuestamente sería amortal.
—Ahh, ya sé a quién se refiere. Bueno, a mi parecer, tomó la decisión que cualquiera hubiera tomado, ¿no cree?
—Pero, ¿no cree que esto elevaría las desigualdades? El señor Pastor se enriqueció en parte reemplazando mano de obra humana por robots y a costa de proyectos financiados por el estado. ¿No cree que es injusto?
—No, para nada. Si me das a escoger, si tuviera tantos millones yo también hubiera hecho lo mismo, ¿usted no?
—Bueno señor, gracias por su opinión.
La reportera se acercó a otro peatón, a uno mayor, de casi cincuenta probablemente.
—Hola señor, cómo está, ¿qué opina usted de…
—Sí, yo también me hubiera hecho amortal.
—¿No cree que es injusto?
—¡No! ¡Para nada! Mire, ya dejémonos de payasadas, usted, yo, él, todos habríamos hecho lo mismo, ¿o no? ¿Qué tanto miedo le tienen a un patita que es amortal? ¿no dicen que igual se puede morir? Por gusto se escandalizan, señores.
—No nos escandalizamos señor, solo estamos cuestionando…
—Mire, la prensa ya me tiene hasta aquí con la misma noticia hace tres semanas. Para nadie, ¿sabe qué pienso? Que si el señor Pastor ahora va a vivir eternamente, ¡que se postule para presidente! ¿Sabe por qué? Porque si comete algún delito estaría en la cárcel para siempre. Así ganan todos, mire, gana el país, con un presidente honesto, gana el señor Pastor al hacer algo útil con tanta vida, y gana usted, porque si mete la pata lo meten preso por muchos años y si se puede para siempre, ¿qué dice?
—Bueno, gracias señor…
Eso fue suficiente para Alejandro. Ahora le brillaban los ojos, en efecto, su padre no se había equivocado al recomendarle ver la transmisión. Después de todo, algunos lo apoyaban. Hasta había uno que parecía quererlo de presidente. ¿Presidente yo?... ni en mis más alocados sueños, pensó Alejandro, con una sonrisita socarrona en el rostro.
***
Una llamada interrumpió el silencio de la noche. ¿Quién en su sano juicio perturba mi primer descanso en varias noches?, pensó Alejandro. Vió que era el número de Fernando Cidandi que, pese a no tenerlo registrado entre sus contactos, su lectora de llamadas supo identificar. Cidandi era un político conservador, jefe del partido de derechas Nueva República y que, al parecer, gustaba de hacer llamadas sorpresivas en medio de la noche.
—¿Aló?—dijo Alejandro, haciendo un sobreesfuerzo para permanecer y parecer ecuánime.
—Hola, ¿con Alejandro Pastor?
—Cidandi, ¿cómo estás? No tengo el gusto de conocerte en persona, pero sé quien eres. Colaboré con su partido con anterioridad.
—Don Alejandro Pastor, como olvidar su incuantificable apoyo. ¿Cómo está usted?
—Alejandro nomás, por favor. Bien…justo descansaba luego de algunas semanas bastante movidas…
—¡Sí! Justo de eso quería hablarle. No me gustan mucho los ambages, así que iré directo al grano.
—Me parece perfecto. Dígame qué se le ofrece, Cidandi.
—Supongo que está al tanto de lo que sucedió en el programa de ayer por la noche, en el streaming de TV Perú.
—Sí.
—Bueno, no sé si también estará al tanto de otro asunto que aconteció estas últimas horas…y es que el video de ese señor, el que lo propuso como candidato, se hizo viral…sumamente viral.
—No, de eso no me enteré…
—Así es Alejandro. Es el video más compartido de TV Perú este año y, si va a los comentarios, verá que gran parte de estos muestra su apoyo a su probable candidatura. Por nuestra parte, nuestra área de marketing político hizo un sondeo. Tenemos un área que se especializa en determinar qué perfiles y personas podrían inclinar la balanza en las contiendas políticas. Y bueno, nuestros resultados confirman lo que sospechábamos: que usted se ha forjado, en menos de 24 horas, de muchas personas que apoyan su candidatura. Le podría aseverar, sin temor a equivocarme, que usted podría ser un candidato difícil de vencer para las elecciones del próximo año.
—Eh…¿está seguro?
—Completamente. Sé que son resultados preliminares, pero son muy contundentes. Usted es, definitivamente, bastante presidenciable en este momento. Y tiene que aprovechar esta ola si quiere ser un candidato serio para las elecciones venideras.
—Entiendo…como verá, todo esto me toma desprevenido.
—Lo entiendo, Alejandro. Por eso mi llamada a estas horas de la noche. Más que todo para ofrecerle, si decide postular, nuestro partido como su plataforma de despegue. De acuerdo con nuestros datos, si sabe manejar correctamente su candidatura, usted podría llegar a ser, sin mucha dificultad, el futuro presidente. Ya tiene el dinero, tiene la notoriedad, solo le falta la plataforma. Nosotros estamos seguros de que somos esa plataforma, Alejandro.
Alejandro no sabía qué decir. Luego de ver la transmisión se había vislumbrado con la banda presidencial, pero solo había sido eso, un mero producto de su imaginación. Ahora era diferente, ahora un partido político serio, con una de las figuras políticas más reconocidas del país le estaba ofreciendo ser su candidato. Era mucha información que procesar, muchas emociones que digerir. Todavía no estaba seguro de su respuesta.
—Cidandi, ante todo, muchas gracias por su consideración. En serio le agradezco que me haya ofrecido su tan respetable partido. Por supuesto, en caso me anime a postular, usaría a Nueva República como mi plataforma. Pero, de momento, esto me toma desprevenido. Si acepto o rechazo su ofrecimiento sería una decisión tomada a la ligera. Le ruego me dé un tiempo para decidir.
—Por supuesto, Alejandro. Solo tome en cuenta que, mientras antes sepamos que es un candidato, mejor. Recuerde que ya otros partidos tienen a sus posibles candidatos. Nosotros también, pero ya hablé con ellos para que integren otros puestos, pues el de presidente lo ocuparía usted, Alejandro.
—Muchas gracias, Cidandi.
—Fernando, por favor.
—Muchas gracias, Fernando. Deme algunos días y le daré una respuesta.
Alejandro se quedó en silencio. Vio su reloj, eran las 12 am. Le sorprendía que algunos políticos todavía estuvieran trabajando hasta esas altas horas de la noche. Se levantó de su cama y caminó hacia su ventana, ubicada en el treintavo piso de su propio hotel, construido hace poco más de diez años. A pesar de tener una casa y algunos departamentos distribuidos por todo Lima, Trujillo y Cajamarca, prefería el hotel. Más que todo por su gran vista, que era insuperable y, desde allí, desde las alturas, podía ver casi toda la capital y sus residentes. Los veía como pequeños puntos de luz, dirigiendo su vida sin un rumbo aparente. Todos esos puntos parecían seguir patrones aleatorios. No parecía haber un orden ni una dirección, eran partes de un cuerpo acéfalo y luminoso y sin voluntad. IntIA hacía lo que podía, pero por eso era indispensable que un presidente sea elegido cada cinco años, para darle el toque humano a las medidas de gobernanza. Pero a pesar de ello, todos estos años los presidentes de carne y hueso habían sido opacados por IntIA. Ninguno había estado a su nivel, ni a su inteligencia ni, mucho menos, a su sapiencia. Pero él, él era un antiIAs, un ser humano preparado e implementado con lo necesario para hacerle la competencia y desplazar, de una vez por todas, a IntIA. Sin quererlo se había estado preparando para este momento. Y ese momento, por fin, había llegado.
***
La casa del partido se ubicaba en una esquina del opulento distrito de San Isidro. Pero por más adinerados que eran sus residentes, el barrio parecía haberse restringido a la hora de construir edificios. Y es que, a pesar de tener el dinero para poder hacer mega condominios, los San Isidrinos de esa urbanización se habían rehusado a construir edificios de mucha altura. Es por ello que el edificio más elevado de aquel barrio era de solo diez pisos. Y la base de operaciones del partido Nueva República no era la excepción, siendo una construcción de cuatro pisos, con un estilo que hacía recordar a la antigua casa del pueblo, con una fachada simétrica, ventanas rectangulares y marcos blanquecinos, cornisas y molduras en la parte superior del techo y colores apastelados.
Al llegar a la casa del partido, Alejandro pareció recordar que, alguna vez, hacía muchos años, en ese mismo lugar se había llevado a cabo un asesinato. Al caminar por los alrededores Alejandro terminó por completar ese recuerdo. Ese terreno había pertenecido a la antigua casa de uno de los estilistas más reputados del antiguo Perú de los años 2000s, un tal Marco Antonio. De seguro debieron de ahorrarse algunos miles de soles al comprarla, pensó Alejandro, mientras sonreía.
Dentro del local, lo esperaban Cidandi y otras tres personas, todas bien enternadas. Alejandro sabía que Cidandi rondaba los sesenta años, pero parecía de no más de cuarenta.
—Un gusto conocerlo en persona, Alejandro.
—El gusto es mío, Fernando.
—Bueno, ahora que nos ha confirmado su candidatura, queremos, antes de lanzarlo oficialmente como nuestro candidato, acordar algunos puntos que son de mucha relevancia.
—Claro…
—Como usted bien sabe, todavía no se revela, de manera oficial, que usted es amortal.
Los ojos de Alejandro parpadearon. Ya presentía que la reunión iba a tratarse de este tema, era más que obvio.
—Y bueno, queremos saber si está dispuesto, a la vez que anunciamos oficialmente su candidatura, a confirmar su amortalidad.
Hubo un silencio. Alejandro pareció meditarlo, aunque ya sabía que era un paso indispensable anunciar y confirmar, ante la mirada hambrienta de la prensa, su amortalidad. Pese a que su link le aconsejaba quedarse callado, a pesar de su acuerdo de confidencialidad, sabía que tendría que pregonar a los cuatro vientos y revelar su ya tan sabido secreto.
—Sabía que tendría que haber algún sacrificio inicial. Y, déjeme decirle, lo he pensado mucho. Sé que mi atractivo yace en que soy amortal. Sé que sin ello no sería más que un burgués sumamente rico.
—Entonces…¿está dispuesto a revelarlo oficialmente?
Hubo otro pequeño silencio. Alejandro parecía estar sonriendo, mientras respondía.
—Por supuesto, todo sea por tener la ventaja.
El link de Alejandro se activó. Era ya sabido lo que le advertía, así que optó por minimizar su sugerencia. Era obvio, a corto plazo esta decisión lo perjudicaba. Pero a largo no; a largo plazo podría terminar siendo presidente. Y estaba más que listo para revelarle al mundo entero que era amortal.
***
Las luces LED iluminaban todo el estrado. Habían muchos invitados, entre ellos periodistas, curiosos y políticos de cierta relevancia. En una mesa de descollantes dimensiones estaban sentados Fernando Cidandi, el jefe del partido, y Roberto de la Plaza, el candidato a vicepresidente. Alejandro todavía no era anunciado, lo estaban guardando para el final. Era, en definitiva, el postre político de la noche. Aunque a estas alturas ya se rumoreaba que Alejandro iba a ser el candidato de Nueva República. Ya en la prensa habían salido a especular, a tramar y a interrogar. Y, como ya antes había sucedido, la opinión pública parecía apoyar la candidatura del neófito político Alejandro Pastor.
Alejandro sabía que pronto lo convocarían al estrado. Estaba ansioso, sentía que le temblaban las piernas, pero una llamada llegó de improviso. Era un número desconocido. A estas alturas era muy inusual que se efectuaran llamadas de números desconocidos, lo que solo podría significar que su desconocido y potencial interlocutor era una persona con cierto poder, el suficiente como para haber encriptado su número. Alejandro sopesó si contestar o no. Podría ser importante, pensó.
—¿Aló?
—Buenas tardes señor Alejandro—era una voz gutural, profunda, con un acento americano.—Solo queremos recordarle el trato que hizo hace algunos meses.
—¿Disculpe?
—Usted sabe a lo que me refiero. Sé que usted es un hombre de palabra y cumplirá a cabalidad. Le tenemos en buena estima y confiamos en su criterio.
—¿Quién es usted?
—Usted sabe quiénes somos. Espero tenga una excelente noche y rogamos pueda recapacitar a tiempo. Un abrazo.
—¿Aló?
Nadie contestó. La llamada había sido cortada, pero no hacía falta un sesudo esfuerzo para deducir quiénes habían sido. Era más que obvio. Y tenían razón, Alejandro había hecho una promesa, una que estaba a punto de violentar ahora que iba a ser candidato a presidente y revelar su amortalidad.
Por una abertura vio el estrado, lleno de cámaras, muy bien iluminado, con rostros expectantes, con ansias de ser satisfechos con la gran noticia, la revelación de una ya sabida aventura: su aventura presidencial. Estos eran los momentos que relatan los libros de historia, pensó Alejandro. Es por estos momentos que luego se recordaban a los grandes hombres y se olvidaban a los pequeños. Era un riesgo que, le gustara o no, estaba implícito en el rumbo que había escogido. No había nada más que pensar, la jugada estaba echada. No había tiempo para arrepentimientos, por lo menos, no ahora…
—...Y con ustedes, nuestro candidato presidencial, ¡Alejandro Pastor!
Alejandro salió al estrado y sintió ligeros flashes. Innecesarios, claro está, puesto que el escenario ya estaba bien iluminado. Pero era un rezago de un pasado no tan distante, un recuerdo de aquellas cajas negras y pesadas que solían desprender fulgurantes flashes ante cualquier evento o persona de importancia.
Alejandro se sentó en el medio, mientras acomodaba su micrófono.
—Bueno, ante todo, muchas gracias a la prensa por estar aquí presente. Es de mi agrado anunciarles que, después de pensarlo y meditarlo, he decidido ser el candidato presidencial del partido Nueva República. Y quiero manifestar mi orgullo porque Nueva República es un partido de vastas credenciales y de gran prosapia…
Se escucharon preguntas. Algunas indistinguibles, perdidas entre otras preguntas de igual o menor importancia. Pero había una que parecía destacar frente a todas. Una que opacaba a todas las demás y que, poco a poco, parecía resonar con más y más fuerza. Una que lo conminaba a tomar cuanto antes una elección.
Alejandro vio los rostros de Fernando Cidandi y Roberto de la Plaza, ambos hambrientos, que lo invitaban a develar aquel secreto. Alejandro se sintió atemorizado ante esos ojos, que lo escrutaban como un cazador escruta a su indefensa presa. Pero Alejandro no era una presa, no. Él era un Pastor, el hombre más rico del Perú, él era el cazador en este país y no tenía nada que temer. Ni a esos políticos ni a esos desconocidos ni a nadie.
—A mi no me gustan los ambages, queridos compatriotas. Así que de una vez por todas satisfaré esa pregunta que parece resaltar…
Se hizo un silencio en la sala. Todos enmudecieron, a la espera de esa declaración que, una vez hecha, haría estallar de emoción el local del partido.
—Sí, señores, soy amortal…
Y se desató la algarabía.
***
Pasaron los meses y comenzó la campaña presidencial.
Alejandro conocía Estambul, en donde se encuentran las murallas de la desaparecida Constantinopla. Había atravesado incluso la supuesta Kerkaporta por donde habían ingresado los Otomanos. Conocía París, en donde había visitado el famoso Arco del triunfo, construido por Napoleón tras la batalla de Austerlitz. Conocía Berlín y las partes de su famoso muro que hace más de cien años había dividido Alemania en dos. Conocía muchos lugares del nuevo mundo y el antiguo, pero muchos de los departamentos y ciudades que ahora figuraban en su itinerario de campaña le eran destinos de los que escuchaba por primera vez.
Para su suerte y conveniencia, la primera ciudad, como era de esperarse, fue Lima. El partido había armado un estrado en la alameda de los descalzos, en donde hacía 200 años atrás se había llevado el primer mitin político a favor de un candidato, Guillermo Billinghurst, un aristócrata, como ahora lo era Alejandro Pastor.
En el escenario todavía se podían ver algunas casas de corte colonial, de dos o tres pisos, con ventanas rectangulares y balcones de celosías con miradores cerrados. Eran vestigios de la antigua Lima que parecían haberse quedado allí gracias a las labores de conservación y a que el tan temido temblor capitalino todavía no hacía su aparición. Al fondo destacaba el portentoso y escarpado cerro San Cristóbal, detrás del convento de los descalzos.
Alejandro, que hacía mucho no venía por estos lares de Lima, estaba ansioso. Nunca antes había dado un mitin político. Su experiencia más cercana era, sin dudas, las charlas que daba, hace algunos años, a la última generación de obreros, poco antes de que fuesen reemplazados por robots.
Alejandro subió al estrado, a pasos vacilantes, mientras veía la gran multitud que se había armado. Era de noche, pero las luces alrededor le permitían ver bien las caras de sus simpatizantes. Eran rostros adultos y jóvenes, todos alegres, con miradas expectantes y de buen vestir. Se sintió en un ambiente conocido al comprobar que aquellos que estaban más adelante compartían rasgos con él: ojos claros, piel blanca, pelo castaño. Es allí que se percató que tanto Cidandi como de la Plaza también compartían estas características y que en conjunto parecían personificar al estereotipo de aristócrata peruano.
Antes de hablar dio un largo suspiro, mientras esperaba que los aplausos y vítores cesaran un poco.
—Hoy, el Perú quiere un cambio…un cambio que solo nosotros, Nueva República, puede traer. IntIA maneja todo, domina el ejecutivo y eso lo sabemos. Y, pese a tener un congreso de humanos, ¡todos sabemos que ese parlamento es un conjunto de ratas ineficientes!— Hubieron varios aplausos, el público apoyaba sus ideas.—Pero eso se acabó. Yo voy a vigilar a IntIA, yo voy a tomar el mando. ¡El Perú, una vez más, para los peruanos!
Y la gente lo empezó a proclamar. Alejandro se sentía empoderado, como una especie de mesías.
—Y seré honesto, y como prueba de mi honestidad prometo, durante mi primer año, instaurar una ley que será mi carta de garantía. ¡Prometo instaurar la cadena perpetua para delitos de corrupción! Así se asegurarán, de una vez por todas, mis queridos compatriotas, que su presidente y los venideros sean los más honestos, los más probos, los que realmente quieran a su país. ¡Esa será mi carta de garantía para con todos ustedes!
Se escucharon aplausos, el escenario parecía una fiesta.
—También haré que solo los más capaces puedan postular al congreso y a la presidencia. El país necesita ser gobernado por los más aptos, los que más se han esforzado, por aquellos que realmente aman al Perú. ¡Prometo que los siguientes presidentes, congresistas, alcaldes y funcionarios de responsabilidad requerirán, sí o sí, de un link implantado!
Se escucharon vítores más y más fuertes. Alejandro había dado en el clavo, eran medidas que parecían simpatizar con el público de esa noche. Pero más atrás y, alejados del resplandor de las luces, unas siluetas escamoteadas por la noche parecían atestiguar el mitin a la distancia. Eran perfiles lóbregos, sin voz, ignotos ante la algarabía que se vivía tras las rejas de la alameda de los descalzos. Ellos eran los desplazados que, a pesar de ser los vecinos de aquellas celebraciones, se sentían totalmente ajenos. Solo miraban a esos extraños que pretendían ignorarlos y a esa espigada figura del estrado que ni siquiera parecía notarlos.
***
A pesar de ser de noche los truenos delataban que el oscuro cielo estaba repleto de gigantescos nubarrones. A pesar de la inminente lluvia y del cielo sin estrellas, los organizadores del evento habían decidido continuar. Era la primera vez que Alejandro y los miembros del partido pisaban aquel departamento. Era, como decía Cidandi, su primer baño popular y mejor si era con lluvia.
La plaza de armas de Huánuco estaba bien iluminada. Alejandro veía con admiración aquel edificio de solo dos niveles y de color amarillo mostaza, con detalles blancos en relieve, una cornisa horizontal y una gran puerta de madera coronada por un arco que reflejaban la tradicionalidad de la ciudad. Era como viajar al pasado.
Habían muchas personas expectantes, pero esta vez Alejandro se sintió diferente. Eran rostros humanos los que veía al frente, pero rostros extraños, distintos a los que había visto en su mitin en Lima. Varios eran de facciones angulosas, y de tez similar al bronce. Y esos rostros no lanzaban vítores. Solo lo observaban, expectantes, en silencio, y con una mirada calculadora. No percibían a Alejandro como uno de ellos.
Alejandro entró al estrado. Se escucharon unos cuantos aplausos, seguidos de palabras indescifrables.
—¡Querido Huánuco, un placer estar aquí!
Se escucharon algunos aplausos. Alejandro presintió que, tal vez, esta no sería una jornada fácil y que probablemente estaba frente al público más complicado que le había tocado hasta este momento. Pero a pesar de ello ejecutó magistralmente su discurso. Su link le dictó palabra por palabra y, mediante avanzaba en su disertación trató de hablarles al corazón. Alabó la deliciosa comida, aduló la suculenta pachamanca, lisonjeó la belleza de las huanuqueñas y la de sus vastos recursos naturales. Les confesó que nunca había pisado aquella maravillosa ciudad, pero que, en efecto, eran ciertas las historias que juraban que el mejor clima del mundo se encontraba allí, al frente del majestuoso Pillcomozo. Poco a poco el público parecía animarse, pero todavía no había logrado su cometido. Todavía no se los metía en el bolsillo.
Algunos pidieron la palabra. El momento de la verdad había llegado, el momento de interactuar con los huanuqueños. Un hombre corpulento y alto subió al estrado.
—Señor Alejandro, ante todo, muchas gracias por sus amables palabras. Gracias por tomar en cuenta a nuestra hermosa ciudad para su gira. Le saluda Guillermo Beraun, periodista de la ciudad. Disculpe lo directo que puedo llegar a ser, pero creo que es necesario que responda algunas dudas que yo recogí de mis conciudadanos. Su empresa Terracon, a pesar de autodenominarse la empresa de construcción más eficiente y eficaz de todo el Perú ha construido para la región algunos proyectos. Pero, por ejemplo, hay un proyecto para construir muros de construcción en la carretera central, proyecto que ya se aprobó, señor Pastor, y que su empresa está ejecutando. Pero hasta ahora no termina. Y ya van varios años y todavía nada. De repente usted vino en avión y no se dio cuenta, pero siempre, en épocas de lluvias hay deslizamientos que ponen en riesgo a los que viajamos por tierra. Aparte, sé que su empresa también se ha adjudicado con el proyecto del tren eléctrico panamericano que pasará por aquí. ¿Qué nos asegura, señor Alejandro, que su empresa va a cumplir si usted es presidente? ¿Qué nos asegura que va a terminar las obras a tiempo?
A Guillermo lo aplaudieron a montones, a diferencia de Alejandro. Antes de responder, Guillermo, hábilmente, le alcanzó el micrófono a otro huanuqueño ubicado al costado del estrado. Este subió los escalones y se puso frente a Alejandro.
—Señor Pastor, un gusto tenerlo en Huánuco. Señor, a algunos de nosotros nos parece injusto, totalmente injusto que se haya hecho amortal con proyectos financiados con nuestro dinero. Y nos parece injusto que solo un puñado de ustedes puedan ser amortales y, para colmo, lo oculten. ¿Qué hará al respecto?
Se escucharon voces de apoyo, ecos de protestas contenidas.
Alejandro sabía que tenía que responder. Por suerte, su link iba facilitando sus ideas mientras sus contertulios ejecutaban sus preguntas.
—Ante todo, señores, muchas gracias por sus preguntas. Primero creo que debería de hacerles llegar mis más sinceras disculpas por los retrasos. No mentimos cuando afirmamos ser la empresa más eficiente y eficaz del Perú, pero esas acreditaciones tampoco nos eximen de cometer algunos errores. Les prometo que esos errores se van a resarcir, sea o no presidente. Estoy seguro de que más que un tema de ineficiencia o negligencia es uno de descoordinación. Pero es una característica mía reconocer mis errores y, por eso, lo siento.
Alejandro dejó que el silencio enfatizara su mensaje.
—Y es por ello que voy a corregir esos errores, ¡y prometo que lo haré en el menor tiempo posible! ¡Y Huánuco será una ciudad de interés nacional durante mi gobierno, y verán resplandecer con más intensidad la prosapia de este hermoso lugar, lo prometo, aunque me tarde toda una vida, toda la eternidad en conseguirlo! ¡Lo prometo!
Hubo aplausos, los más acogedores que Alejandro había recibido durante esa noche.
—¡Y les prometo que lucharé, cueste lo que cueste, tarde lo que tarde, porque los amortales revelen su identidad! ¡Porque no tienen por qué ocultarlo frente al pueblo! ¡Porque la voluntad del pueblo es la voluntad de Dios!
Y así como en Lima, se desató la algarabía en Huánuco. Esta medida, al parecer, había encandilado a la muchedumbre. Cidandi sonreía a su costado, con cierta consternación en el rostro. Este era un paso temerario. Temerario, pero necesario.
Mientras Alejandro bajaba del estrado, recibiendo las felicitaciones de su equipo de campaña, una llamada desconocida perturbó aquel momento de felicidad. Ingresó a uno de los cuartos del palacio municipal y contestó.
—¿Aló?
—Señor Pastor, ya sabe quiénes somos—era aquella voz que lo había llamado hacía ya algunos meses.
—Sí. ¿Qué es lo que quiere?
—Usted sabe qué es lo que queremos. No está de más recordarle, una vez más, el trato que usted firmó con nosotros.
—Mire, no puede limitar mi libertad…
—Señor Pastor, medítelo bien. Lo que acaba de hacer hoy, hace unos minutos, es bastante osado. Por favor, retroceda en sus pasos, todavía está a tiempo.
—Disculpe, pero ¿quién es usted?
—Yo no soy importante. Pero mi organización sí. Prométame que lo pensará, todavía puede resarcir sus errores. Deje esta locura.
—Mire, yo no soy su…
—Medítelo, señor Pastor. Un gusto haber hablado con usted.
Trató de responder pero la llamada ya se había cortado. Alejandro se encontraba agitado, pero no pensaba dimitir ahora que había logrado su primera conquista fuera de Lima. No iba a renunciar, ni ahora, ni mañana, ni nunca.
Afuera las voces lo proclamaban, al compás de la lluvia que ya se había desatado.
***
Alejandro empezó a preocuparse. Trataba de mostrarse ecuánime, pero por dentro sabía que aquella advertencia podía esconder una amenaza verdadera. Su siguiente destino era Arequipa, ciudad que Alejandro recordaba haber visitado en su juventud, hace ya 25 años. Conversó con Cidandi para incrementar su seguridad y premunirse de dos guardaespaldas que lo protegerían en todo momento. Cidandi accedió a su solicitud, pero, en contra de los deseos de Alejandro, los guardias eran un par de robots autómatas recién adquiridos de la empresa Nikola.
En el avión y camino a Arequipa, Alejandro trataba de dormir. Hace mucho tiempo que no ocurría ningún accidente aéreo. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había escuchado que un avión se estrellara, probablemente hace más de 30 años, y es que desde que los pilotos autómatas habían sido implementados y reforzados con inteligencia artificial los accidentes habían desaparecido de las estadísticas. Y ese pensamiento, esa idea, tranquilizaba a Alejandro. Era imposible que este avión sufriese un desperfecto, era imposible que trataran de atentar contra su vida allí, en el aire, en el medio de transporte más seguro del planeta. Pero, ¿y si pasaba? No, imposible, estaba paranoico, pensaba y repensaba Alejandro.
Una ligera turbulencia lo sacó de sus cavilaciones. El avión empezó a temblar, era extraño que el piloto autómata hubiese pasado por alto alguna corriente de aire, o nubes de tormenta. El avión temblaba más y más. Cidandi y Alejandro, en medio de la confusión, se miraron. El rostro del primero mostraba sorpresa, pero el del segundo era la consternación encarnada. Alejandro estaba pasmado, sin un ápice de sangre en ese níveo rostro, con un ligero temblor en el párpado derecho. El avión siguió temblando con más beligerancia. Se escucharon truenos cercanos, algunos flashes: no había dudas, estaban dentro de una tormenta. Pero, ¿cómo había pasado? El piloto autómata estaba diseñado para ajustar las rutas y evitar este tipo de percances. Alejandro miró a Cidandi con terror en los ojos.
—¡¿Es una tormenta?!
—Sí, al parecer…
—Pero, ¡¿cómo?! ¡¿El piloto autómata no funciona?!
—Tranquilo, Alejandro… ¿no sueles viajar mucho a provincia?
—¡¿Y eso qué tiene que ver?!
—Los radares de los aviones nacionales no pueden detectar algunos cirros o nubes con poca humedad, esto es normal.
—¡¿Seguro?!
—Sí…¿pasó algo? Estás algo…asustado.
—Estoy…estoy bien…
Alejandro se ajustó el cinturón. El avión seguía temblando, pero el rostro de Cidandi se mostraba ecuánime. Alejandro trató de tranquilizarse, dio largos respiros, mientras acudía a su link para verificar que, en efecto, morir en un accidente aéreo era improbable. El temblor empezó a apaciguarse hasta que, en menos de dos minutos, terminó por desaparecer. La calma empezó a apoderarse nuevamente de Alejandro. El peligro había pasado, todo había estado en su cabeza, al parecer. Ellos no se atreverían a hacerle nada. Solo eran advertencias, nada más, pensó Alejandro.
Al llegar al aeropuerto fueron a la plaza. La catedral era impresionante, todavía conservaba su estilo neoclásico, con dos torres estilizadas y un gran portón de madera en medio. El Misti no se podía ver desde donde estaban, pero su ausencia a plena vista no quitaba el hecho de que su influencia se percibía en aquellas calles. Había algo, algo diferente en aquellas personas que caminaban detrás del estrado que había armado la sede arequipeña de Nueva República. Sus miradas destilaban una pulsión volcánica e inexplicable. No por nada se nacía debajo de un volcán.
Llegó la noche y Alejandro comenzó con el mismo discurso que dio en Huánuco. Siguió, al pie de la letra, aquella fórmula. Les habló de su deliciosa comida, del carácter indómito de los arequipeños, de lo hermosas que son las arequipeñas y de sus vastos recursos naturales. Les prometió hacer de Arequipa una ciudad tan importante como Lima y, como cereza del pastel, aunque con cierto temor, se comprometió a revelar la identidad de los amortales. A diferencia de Huánuco, en Arequipa no se escucharon tantos aplausos. Esta vez hubo un silencio, acompañado de una fría y conjunta mirada inquisidora. Alejandro no supo identificar el sentimiento, pero estaba seguro de algo: de que el carácter volcánico de los ciudadanos, a diferencia del Misti, estaba más que activo. Algo en su discurso, en sus desmanes, había soliviantado a algunos arequipeños.
—¡Tú eres más de lo mismo!
—¡Fuera de aquí, amortal cobarde!
—¡Solo un cobarde le tiene miedo a morir, cobarde!
—¡Cobarde!
—¡Con nuestra plata te hiciste amortal, limeñito cobarde!
—¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde!
—¡Fuera limeñito cobarde!
Alejandro y los otros miembros del partido observaron con terror cómo los reprochaban a viva voz. No estaban felices con la presencia de Alejandro. Era visto como un cobarde, un tetelemeque adinerado que había usufructuado el dinero del pueblo para hacerse amortal. Había sido un error haber mencionado la amortalidad en el discurso. Era un error de principiante, reflexionó Cidandi. Habían fallado, habían confiado en que la muestra de población arequipeña sería similar a la de Lima o la de Huánuco: craso error. El discurso debió de haber sido modificado acorde a un perfil nuevo. Empezaron a llover huevos de todos lados, acompañados por gritos de protesta y rechazo. Alejandro se vio conminado a refugiarse y desaparecer del estrado, mientras hacían su aparición Cidandi con de la Plaza para culminar con el discurso. Trataron de ignorar lo que había acontecido y no mencionaron nada referente a la amortalidad. Lograron completar el programa y, como parte del cierre, convocaron a la banda más popular de la región. Los arequipeños celebraron y bailaron, olvidándose, en cierta manera, de Alejandro y su amortalidad. Pero Alejandro no los olvidó y, con un gran sinsabor, se retiró sin despedirse hacia su hotel. Cidandi lo llamó para tranquilizarlo y se echó la culpa de lo sucedido mientras prometía a Alejandro personalizar el discurso la próxima vez a los gustos de los arequipeños. Alejandro solo asentía mientras admiraba, desde el piso 20 de su hotel, el volcán Misti en todo su esplendor.
***
Alejandro convenció a Cidandi de retomar las campañas en el norte, en donde tenía más aprobación. Es así que viajaron hacia Cañete en varios vehículos autómatas. Durante el viaje Alejandro estuvo relativamente crispado, aunque logró desestimar sus preocupaciones al recordar que la última amenaza había sido hace ya algunas semanas. Es probable que sepan que no ganaré gracias a que el sur no me quiere, se dijo Alejandro en voz baja, con un sabor agridulce entre sus labios. Y es que gracias a esa desaprobación todavía ocupaba el tercer lugar entre los candidatos más votados.
En Cañete la recepción fue más cálida de lo usual. Varios se aglomeraron alrededor de Alejandro y algunos, inclusive, estiraban sus brazos queriendo tocar al primer amortal del Perú. Algunas de estas distópicas escenas fueron captadas por los medios, dándole un tinte mesiánico a la candidatura de Alejandro Pastor.
Esta vez y debido en parte a la gran aprobación del público, el equipo entero de Nueva República optó por caminar por las calles de Cañete para recibir el denominado baño popular. Alejandro, Cidandi y de la Plaza iban adelante, seguidos por una comitiva y resguardados por algunos robots alrededor. Cerca al mercado central y, entre muchas personas, apareció una que resaltaba entre las demás. Era una señora vestida con un delantal blanco y con el rostro apergaminado. Tenía el brazo levantado y en la mano resaltaba un brillo metálico. Alejandro se percató de ello y, con miedo, trató de evitar a la señora. Pero el miedo se disipó al percatarse que aquello que brillaba no era más que una inofensiva pinza de cocina en cuyos extremos se encontraba alojada un trozo de carne. Alejandro entornó los ojos para darse cuenta de que era, en efecto, un chicharrón. Ahora las cámaras se encontraban captando aquel momento. Alejandro recordó que hacía casi 100 años un tal Barnechea había perdido las elecciones por rechazar un chicharrón casi idéntico al que tenía en frente. Era, sin duda alguna, una condena a muerte para cualquier candidato rechazar aquel chicharrón. No era una decisión muy difícil, por lo que no activó su link para consultar su línea de acción y, para disfrute de sus admiradores y simpatizantes, se acercó a la señora y degustó de aquel delicioso pedazo de chicharrón.
***
El símbolo del Jurado Nacional de Elecciones resaltaba sobre el set, junto con seis bancas y podios dispuestos para cada uno de los candidatos. En el fondo una gran pantalla azulada anunciaba que el tan esperado debate presidencial iba a comenzar en breves minutos.
Alejandro estaba algo nervioso, pese a haber tomado algunos calmantes y activar las sondas calmantes de su link, pero la gran complejidad del cerebro hacía imposible eliminar por completo aquellas emociones básicas y de supervivencia que el ser humano había heredado de sus antepasados. Por más tecnología, estos rezagos del pasado habían encontrado su camino para manifestarse a pesar de los paliativos. Y ahora parecían explicitarse en cada paso que Alejandro daba hacia el estrado. Trataba de mostrarse sonriente, aunque le temblaban ligeramente las piernas. A su costado se encontraban los demás candidatos, todos con rostros ecuánimes y la mirada al frente, algunos más pulcros que otros y uno con un estilo muy particular. Había escuchado hablar de él, el primer candidato trans del Perú. De cerca se veía bastante intimidante, muy seguro, como si hubiera nacido para el debate.
Al frente se encontraban dos figuras: uno era Alfredo Barclays, el periodista más conocido del país, y el otro era IntIA, personificado en su armatoste de acero humanoide tan característico, de perfil sobrio y con un pequeño escudo peruano en el pecho a la altura de donde estaría su corazón si fuese humano.
—Buenas noches estimados ciudadanos, hoy, como es costumbre en nuestras elecciones, se dará inicio el tan esperado debate presidencial —dijo Barclays.— Es un gusto estar aquí con ustedes, a continuación delimitaremos la estructura del debate.
Apareció en la pantalla en un índice los temas a tratar, la duración de cada segmento y las reglas del debate, las cuales fueron explicadas por Barclays. IntIA sólo expresó un par de escuetas y sobrias acotaciones.
Primero habló el candidato de izquierda, el señor Roberto Buenafuente, al que se le vio bastante suelto y con cierto encanto hacia las cámaras. A Alejandro no le fue necesario escuchar todo su discurso para deducir que tenía un link implantado que le estaba ayudando con los tiempos y la manifestación de ideas. Alejandro sabía que tenía cierta ventaja, pues su link tenía las actualizaciones más poderosas del mercado.
Ahora era el turno de Alejandro que, tratando de disimular los nervios, dio su mejor sonrisa hacia las cámaras.
—Buenas noches queridos compatriotas. Es un honor estar aquí presente. De seguro algunos ya me conocen, pero para los que no, soy un peruano que se preocupa por los demás. Hace algunas horas hemos venido de Cañete, en dond…
Alejandro sintió un inefable dolor en el vientre. Era una punzada que lo había dejado sin aliento, una sensación intensa que subió hacia su esófago y que, poco a poco, trepidaba hacia su garganta. Sus manos se posicionaron en la boca del estómago, pero en nada le aliviaron los fuertes dolores que ahora parecían manifestarse en todo su torso. Sintió que no podía respirar, empezó a tambalearse y cayó hacia un costado de su podio, mientras temblaba frenéticamente. Tembló y tembló hasta que, antes de que llegaran los médicos robots, se quedó petrificado en el set, a la vez que la espuma que manaba desde sus labios se tornaba rojiza. Alejandro ya no sentía dolor, solo miedo. Todavía era consciente, lo suficiente como para deducir que comer ese chicharrón había salvado al candidato, pero había condenado a la persona. Al menos de ahora en adelante cualquier candidato se podría dar el lujo de rechazar un chicharrón, pensó. Trató de esbozar una sonrisa, pero ya era tarde, sus músculos ya no reaccionaban. Lo último que vio Alejandro fueron las cámaras, que lo enfocaron hasta que su último suspiro dejó su cuerpo maltrecho.

Comentarios