El almuerzo
- pedrocasusol
- 6 feb
- 5 Min. de lectura
Escribe: Erika Beizaga
Había llegado una hora antes a la oficina como de costumbre. El trayecto desde su casa al trabajo era de 25 minutos, pero si tomaba el bus 5 minutos más tarde esos minutos se multiplicaban por cuatro. Constantemente le preguntaban por qué no se compraba un auto y ella disimulaba su respuesta argumentando que viajaba en bus para contribuir a la sostenibilidad del medio ambiente en su búsqueda del equilibrio entre el desarrollo económico y social. Aunque no era del todo cierto, sus amigas le decían que era una heroína, que ya bastante hacía mezclándose con toda esa gente de todas las sangres en el carro.
Leticia llevaba una vida discreta, aunque no llegaba a la austeridad, porque le gustaba ponerle detalles a sus días. Era muy sesuda para gastar, le había costado mucho conseguir su puesto de trabajo. Era inteligente desde siempre, pero sobre todo hábil para relacionarse, detalle que supo capitalizar muy bien.
Ella hacía el mercado los sábados, los fines de semana planificaba sus comidas y su ropa para la semana. Tenía muchas prendas que con esfuerzo había adquirido en los centros comerciales de la ciudad, si bien es cierto no eran las prendas más caras, pero no llegaban a compararse ni por asomo a las que usaban sus amigas del trabajo. Ellas no compraban ropa en Lima, se iban a Miami, Madrid o Paris y de allá traían maletas con vestidos, blusas, faldas, zapatos, carteras y otras chucherías que rara vez se encontraban por aquí.
-Lunes de lentejas, ¿no?
Oyó decir a lo lejos, eran sus amigas que hacían la cola en el restaurant del trabajo y que para solidarizarse con ella comían allí también.
-¡Guarda sitio! -grito Romina.
Pronto todas estaban juntas en una mesa contando sobre cómo había transcurrido su fin de semana.
El televisor del comedor era gigante, tenía una estructura de 40 pantallas, cada una de 55 pulgadas. Allí no pasaban desapercibidos los detalles, exactamente los detalles, porque nadie escuchaba el audio.
Todas hablaban atropellándose:
-¡Que regia está la Dina!
-¡Con la plata del pueblo cualquiera!...
-Mira que se haga todo lo que necesite, es una vergüenza tener autoridades tan feas gobernándonos, tiene que dar la talla como presidenta.
Leticia se animó a comentar enérgicamente:
-¡Todos terminan presos por corrupción!
- Ay Leti, eso es lo de menos, lo más penoso es que puro cholo hay en el congreso, en las Municipalidades, en los Ministerios, sin ir muy lejos mira cómo estamos ahora en el Banco, desde la pandemia que venimos desarrollando las adopciones digitales como prioridad, tan urgente es este tema que ya los filtros no son los de antes, ahora contratan a los cerebritos de las Universidades nacionales...
-Sorry Leti, al menos tú traes una lonchera chic, pero mira a estos chicos. ¡Ni el manual de Carreño o "Ese dedo meñique" han debido de pasar por sus casas! -Comentó Victoria.
-Ay, que feo Vicky, el otro día escuché que dos de ellos venían desde Comas, no te pases pues, vienen como sardinas en el metropolitano y les vas a pedir que traigan una lonchera de Louis Vuitton -Comentó Antonia.
-Ya, ya, no aburran con esos temas pues, y vamos a dar una vuelta y de paso por un helado en San Antonio o en Dolce Capriccio…
-¡Ay no, puro feo hay en la calle! -Volvió a comentar Vicky
-Ya les dije que los hombres guapos en Lima Solo los encuentras en los clubs o están casados o son oficiales de la Marina de Guerra, ya ya uno que otro en la FAP -espetó Mariana.
Casi finalizando el día les llegó una invitación, de esas forzosas, que no esperas y tomas con desgano porque son obligatorias y están circunscritas dentro del clima laboral. Celebrarían el cumpleaños del Vicepresidente, quien por cierto apenas las conocía. El agasajo era imperativo, almorzarían mañana en La Carreta. Leticia se lamentó porque odiaba ese tipo de desequilibrios en su economía. No había otra opción.
Habían pedido un tartar de salmón para compartir mientras se decidían por la parrilla para cuatro personas o la entraña para comer entre dos. Leticia odiaba cuando el mozo traía los cestos de pancitos recién salidos del horno. Por un lado, siempre le aventajaban sus amigas y terminaba comiendo solo uno, pero pagando por 6.
Había cinco vinos sobre la mesa, todos de buen cuerpo, secos y excelente aroma. El almuerzo se desarrolló bastante bien, hasta que a alguien se le ocurrió hablar sobre los recuerdos del colegio. A Leticia se le acalambro el cuerpo, se le quitó el hambre y se dirigió al baño. A solas se enjuagó la boca, mojó sus ojos, se arregló el moño casi deshecho, secó sus manos con papel toalla y después de varios minutos regresó a la mesa.
Para su sorpresa, el grupo no había dejado el tema, era muy divertido para ellos defender a sus colegios, contar sus anécdotas: del Villa Maria, el Recoleta, el Franco Peruano, el Champagnat, o el Liceo Naval Guise. Leticia quería que la tierra la tragara, aunque no era una alienada tampoco quería contarles que venía de un colegio parroquial de un barrio en Lurín, donde probablemente el costo de la mensualidad equivalía a unos días de propina de quienes estudiaban en esos grandes colegios, y donde sus anécdotas no iban más allá de escapadas a la playa San Pedro, donde recogían baldes llenos de muy muys y machas, para llegar hasta allá brincaban el bajo y delgado muro que custodiada las ruinas de Pachacamac. Atravesar los camales de porcinos sí que era toda una hazaña. Aún así, una broma al lado de las magníficas aventuras en las fiestas del Regatas y del Country, o las noches de los campamentos en el Yacht Club de Ancón.
Finalmente, alguien preguntó:
-¿De qué colegio vienes Leti?
Simulando beber vino, contestó presurosa
-De Nuestra Señora del Carmelo.
Cuando Leticia pensó había superado la prueba, oyó preguntar a Victoria:
- ¡Del Carmelitas!, ¿de qué promoción? Mis primos han terminado allí, ¡debes conocerlos! -Exclamó
Leticia fingió no escucharla, y dirigió su mirada hacia otra dirección, se refugió en una conversación sobre artistas plásticos, ella tenía facilidad para conversar.
Desde lejos Victoria insistió
-Leti, acabo de escribirle a uno de mis primos, ¡dime en que año acabaste!
Más personas comentaban en la mesa sobre El Carmelitas, allí estudio Paul Martin, escuchó decir. También la dalina Mónica Santa María.
-Leti, ¿los conocías?
Tenía el vino subido a la cabeza y las incómodas preguntas se habían convertido en furia. Entonces Leticia, con el timbre de voz muy alto, les empezó a gritar:
-No estudié en ninguno de sus colegios de mierda… y tampoco en uno parecido. Mi colegio se construyó gracias a la caridad de los hermanos Carmelitas que, con la colaboración de las innumerables actividades de los padres de familia entusiasmados, cargaron cada ladrillo para que tuviéramos una educación digna, ¡ustedes nunca sabrán de eso!
Por un instante, el silencio gobernó el lugar. Al poco rato la tertulia continuó, era momento de retornar al trabajo.
Al día siguiente, Leticia se encontraba almorzando de su lonchera en el amplio comedor. Había separado la mesa para sus amigas, pero ninguna la acompañó esta vez, nadie llegó a su mesa. Entonces pudo escuchar las noticias por primera vez, sin necesidad de ver los rostros y las ropas de los protagonistas.

Comments